Testimonio de fe. De ateo burlón, a cristiano doblegado.
Fui criado en la Iglesia católica, a la usanza de las monjas y curas de los años 50-60. Pero sus enseñanzas no tuvieron raíces fuertes sobre mi fe, aunque sí marcaron de manera indeleble mi inconsciente con sus matices represivos y castigadores de pecados, percibidos como debilidades humanas, sin otra salida viable que el fuego eterno del Infierno. Sin redención, ni esperanzas.
Posteriormente, los estudios en el Colegio Seminario sobre la historia de la Iglesia católica y principalmente las guerras de religión por alcanzar el poder económico tiraron por la borda la frágil formación católica (vía catecismo) que recibí en mi infancia y hasta los 13 años.
Y así viví mi adolescencia y mi madurez profesional, renegando de toda forma de religión, alejado de cualquier forma de iglesia. Acérrimo enemigo de los “panderetas” con sus ridículos cánticos; implacable con los “protestantes” repartidores de hojitas de atalayas y predicadores casa-por casa. Ese era yo. Como Pablo persiguiendo cristianos.
Después de cumplir mis 50 años asistí, por primera vez, a un culto cristiano en un centro de restauración, más por la curiosidad perversa de observar el ridículo del ritual, que por convicción y certeza de cuanto ahí sucedía.
En una ocasión pasé al frente de la Iglesia para la imposición de manos. La Pastora (se trata de una mujer de gran fe y poder en razón de sus intensas vivencias en el mundo de la idolatría que le propiciaron muchas riquezas materiales pero que los demonios se las cobraron atacándola físicamente en su cuerpo cuando decidió renunciar a ellas) puso sus manos sobre mi cabeza y al instante me desvanecí. Ya en el suelo, una de mis hijas que para entonces tenía 10 años observó cómo de la “panza de Papi sale un humo, como una nube de colores”. Nunca obtuve una explicación racional a este fenómeno. Pero significó que algo había salido de mi cuerpo, quizás un espíritu de algo, como si alguna fuerza interna reprimida hubiera sido liberada.
Seguí asistiendo al culto. Pero el poder de esta pastora creó envidia en la cúpula del Centro de restauración y sus funciones de unción fueron encargadas a otra persona, sin la convicción y compromisos necesarios para mover las resistencias demoníacas de los fieles asistentes a los cultos, principalmente alcohólicos y drogadictos.
Para mi gran dicha, a la Pastora (con mayúscula) le encomendaron la tarea de preparar a quienes querían bautizarse. Yo me inscribí para ese día, aunque sin ninguna convicción.
Unas 20 personas estábamos de candidatos para el bautizo. La ceremonia empezó a las 8:00 a.m. La mayoría eran mujeres jóvenes. Yo me puse de último en la fila, pues no estaba convencido de hacerlo. Pero a medida que las personas llegaban hasta la Pastora y repetían las palabras de profeción de fe cristiana aceptando a Jesucristo como su único Señor y Salvador, los bautizantes se doblegaban, sus pies cedían y quedaban postrados de rodillas para recibir el agua bautismal.
Pero el hecho sobrenatural que viví ese día disipó todas las dudas que pudiera guardar.
Una muchacha, drogadicta, de 25 años estaba dentro de la piscina pequeña, frente a la Pastora pero se resistía a recibir el bautismo. Y lo expresaba con lenguaje satánico, ridiculizándonos a todos los ahí presentes y empujando a la Pastora. La Pastora sostenía con fuerza sus manos sobre la cabeza de la muchacha y oraba. En un instante, la Pastora nos pidió a los asistentes que formáramos un círculo alrededor de la muchacha y repitiéramos con ella. Al instante, un enjambre de abejas negras empezó a formarse sobre la cabeza de la muchacha y ahí se mantuvo, sin moverse, mientras todos orábamos por su conversión. La Pastora nos pidió que no tuviéramos miedo de las abejas, que abandonáramos el círculo y continuáramos orando.
No puedo precisar el tiempo que duró este proceso. Pero sí fue el suficiente para constatar que las abejas no estaban ahí por casualidad. La fuerza espiritual y el volumen de las oraciones se intensificaron. La muchacha guardó silencio. Subió la cabeza y miró a la Pastora con una mirada suave, dulce, de aceptación. “Con el Poder que el Señor Dios Todopoderoso me otorga, yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Y apenas el agua rozó los cabellos de la muchacha, esta lanzó un grito de liberación que resonó en toda la estancia. Empezó a llorar con llanto contagioso y toda la comunidad de cristianos lloramos con ella. No llorábamos de dolor, sino de gozo, de satisfacción, de emoción. Doblegó sus rodillas y clamó a Jesus El Cristo. En ese instante, las abejas negras retomaron el vuelo y desaparecieron.
Cuando me llegó el turno, ya había interiorizado la convicción de aquel milagro. Y sólo puse mi cabeza para recibir el agua bautismal. Liberé mi espíritu con llanto y me refugié en una esquina de la piscina para llorar solo, durante un largo rato. En ese instante, por fe, abandonaba mi ateísmo y me arrepentía por todas las burlas que lancé a tantos cristianos y por la vida vacía y sin compromisos vivida, hasta entonces.
Hoy, aquí en Upala revivo esos hechos pues en las últimas semanas he sido sometido a pruebas en extremo fuertes que me han llevado al límite de mis fuerzas materiales. Al ser insuficientes para no sucumbir en la desesperanza, he recurrido a la reserva del poder de la fuerza espiritual que proviene de mi interior. He doblado rodillas y clamado a Jesús para que El tome posesión de mis carnes desvalidas y me inyecte la única fuerza capaz de resistir los embates satánicos: la del sacrificio de su sangre, ofrendada gratuitamente, sin otra exigencia, a cambio, que la de reconocer y pregonar el nombre del dueño de tantos e inexplicables milagros: Jesús, el mediador ante El Creador.
Porque, respetuoso como es, Jesús está a mi lado esperando el momento en que invoque su nombre para tomar control de todo aquello que para mí es imposible, con mis limitados recursos espirituales.
Doy fe que todo cuanto he dicho proviene de la inspiración divina del Espíritu de Dios. Y lo notifico para que quienes lo lean se gocen sin egoísmos ni envidias y de igual manera glorifiquen al Señor. Y que así sea, hoy y por siempre.
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