domingo, 22 de septiembre de 2013

MUCHACHADA CAMPESINA EN LA UNA SEDE SARAPIQUÍ

MUCHACHADA CAMPESINA

Luis Montoya Salas
Comunicólogo

Fue un fin de semana del invierno septembrino del 2008. La buseta llegó puntual: 9 a.m.
Con el nerviosismo propio de toda aventura inédita, 23 muchachos entre chicos y chicas abordaron la nave peleándose los mejores campos. Los más grandes se sentaron atrás, a sus anchas. Y los más pequeños compartieron los asientos restantes.
Serían dos días largos, fuera de casa, para conocer un recinto universitario, en Sarapiquí. (Como si   pasearse por el campus  insuflara, por ósmosis, las ganas de convertirse en universitario...)
La buseta se impregnó de olores a jabón, a perfume barato y a  la adrenalina que produce emociones y  algarabía.
El chofer encendió el motor. Al instante se produjo un sorpresivo silencio. De los conductos del aire acondicionado de la buseta salieron pequeñitas corrientes de aire frío, que no pasaron inadvertidas para los muchachos.
Así conocieron el aire acondicionado. Este insignificante hecho, aparente, quedó grabado como la más fuerte experiencia de aquel sábado septembrino.
Durante el trayecto de 4 horas, la lluvia acompañó  a los ocupantes de la buseta, hasta su arribo  a la universidad.
En el lugar  los atendió un funcionario que les habló de  los orígenes indígenas de Sarapiquí y de algunos detalles administrativos, sin mayor interés para este público meta campesino.
Luego almorzaron, como a las 2 de la tarde. Y sin esperar más nada; y aunque llovía torrencialmente, se lanzaron a la piscina del centro universitario.
El frío amorataba los labios de la muchachada campesina. Pero esto no los desanimó. Después de todo, muchos de ellos conocían una piscina,  por primera vez. Ahí pasaron más de 5 horas, compartiendo el gozo con la lluvia que caía, generosa.
Cenaron a las 8:00 p.m.,  atún con pan cuadrado y una bebida energética. Y luego se retiraron a los cuartos,  acondicionados con colchonetas. Este hecho se sumó a la experiencia. Pues casi ninguno había salido más allá de las 8 hectáreas  que mide el poblado. Y menos aún, habían dormido fuera de sus casas, aunque fuese en el suelo. En ese ambiente, humilde, se contaron chistes e historias de miedo, hasta avanzada la noche.
Al día siguiente, domingo, se sirvió el desayuno a las 7 de la mañana. Y de nuevo, a la piscina. La lluvia caía, como madre necia y protectora. No había otra cosa que hacer, pues las autoridades del centro incumplieron la agenda prometida, de ofrecerles a sus invitados charlas,  visitas a un centro productivo y de realizar un convivio con jóvenes del lugar.
El regreso a Colonia Puntarenas de Upala  estaba previsto para las 5 de la tarde. Pero se adelantó tres horas. Ningún funcionario universitario llegó a despedirlos. Nadie a quien  darle las gracias. Como tampoco, nadie quiso saber de ellos, durante el tiempo que permanecieron en el recinto.
 Y aunque esta indiferencia universitaria no provocó reacciones en los muchachos, aprendí que ellos carecen de parámetros para comparar y exigir la atención a la cual tienen derecho. Me impresionó, no lo niego, el alto grado de concreción de sus actos que los hace comportarse como niños ante hechos inéditos, limitando sus posibilidades de  trascender e  imaginar más allá del  hábitat de su refugio, sus aspiraciones y anhelos de futuro.
Me pregunté también, lo complejo y violento  que ha de ser para un joven campesino enfrentar el reto de seguir estudios universitarios. Pues mientras en la ciudad los estímulos de todo orden y naturaleza están desparramados por todo lado y momento enriqueciendo percepciones y aportando información, en  la zona rural sólo hay bosques, ríos, animales y grandes extensiones sembradas de piña. Y este conocimiento resulta insuficiente para adaptarse a las exigencias socioculturales y económicas de la vida universitaria.
Concluí entonces, que el sistema educativo costarricense fue diseñado al revés. Le da más a quienes de por sí abundan en posibilidades. Y le niega todo a quienes carecen de todo.
Y me pareció que ya era momento de voltear la tortilla de las oportunidades cambiando los parámetros de la estrategia retórica de la equidad, en democracia. A los citadinos, quitarles un poquito, que ni se nota,  para dárselo a los campesinos, a quienes ese poquito les significa todo.
Al concluir estos apuntes me pregunté (duda metódica cartesiana), si mis percepciones y  sentimientos no habrían sido distorsionados  por el recuerdo de tanto aire acondicionado. Pues yo fui pasajero en esa buseta, ese largo fin de semana del invierno septembrino del 2008.

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