EL SUEÑO DE LA SERPIENTE
Luis Montoya Salas
Comunicólogo
De una cama de hospital rural levantaron un 19 de diciembre, el cuerpecito de 4 libras. Hembra.
A los 4 años, unos parientes lejanos la internaron en un orfelinato de la capital aduciendo la muerte de sus padres. Ahí fue sometida a estrictas reglas disciplinarias que incluían madrugar todos los días; hacer fila para ingresar a la capilla; para almorzar y cenar; para recibir los regalos en Navidad; para ir a la escuela; y hasta para ingresar al cine todas las navidades, cuando los propietarios de dos cines de la capital estrenaban películas de Walt Disney.
Sólo existía un día en la vida de aquella niña en el que esperar valía la pena: cuando llevaban al circo a los niños del orfelinato, generalmente durante las vacaciones de medio período. Pues siempre que llegaba un circo al país, los 200 niños del hospicio asistían a una función realizada exclusivamente para ellos, como acto de caridad. Lo que hoy llaman “responsabilidad social”.
Este régimen le dejó escasas oportunidades para disfrutar, con alegría, de su niñez. Sus ojos adquirieron, gradualmente, el sello de la tristeza que marca la orfandad.
A los 12 años fue adoptada por los dueños de un circo ruso, luego de observar en ella características físicas y carisma que la hacían sobresalir de entre todos los niños del orfelinato, para quienes este circo había realizado una función exclusiva. En esa época, los requisitos de adopción eran responsabilidad exclusiva de las autoridades del hospicio. Y cada vez que lograban entregar en adopción a alguno de los cientos de niñas y niños institucionalizados celebraban el éxito con oraciones y lo anunciaban en el acto público de celebración del aniversario del martirio de San Vicente de Paúl.
“Casi siempre, aunque esté rodeada de muchas personas, siento la misma sensación de soledad que en el hospicio. Es como si la llevara por dentro, escondida en mi pasado y que no logro calmar ni con mis recuerdos de infancia, cuando vivía con un montón de primillos en una casita piso e´ tierra y con su techo tan lleno de huecos que, cuando llovía afuera, no había diferencia adentro. Veo tan lejanos a mis papás, tíos, abuelos, sentados conversando y riendo a grandes carcajadas bebiendo y envueltos en una humareda que les salía de la boca”. Esto me contó Evelyn, una de las tantas veces que conversamos en el night-club “El Escorpión”. “Y lo más raro”, acotó, “nunca recuerdo haber soñado. Pero hace una semana soñé con una serpiente y no he logrado quitármela de la mente”.
Y al igual que en otras veces cuando habíamos conversado, Evelyn tenía una melancolía mística. Pero en esta ocasión, sus ojos estaban intensamente teñidos con el rojo irregular de las venillas irritadas y sus pupilas parecían astillas de vidrio que acusaban quizás, un estado extremo de intoxicación por el cruce de droga y alcohol.
Evelyn me pidió que la invitara a un trago grande de guaro y a dos cervezas. Entre sorbo y sorbo me narró su sueño:
“Estaba acostada en una cama matrimonial de metal con su colchón de resortes, obsequio de una amiga de 28 años que murió de cáncer de mama. El cuarto era oscuro y desde la ventana apenas cubierta con un pedazo de mosquitero se escuchaba el ronroneo de un río. Me asomé debajo de la cama y miré una cantidad de monedas ordenadas en pequeñitas torres de 5, 10, 25, 50, 100 y 500 colones que sumadas daban 3.580. Me extrañó que estuvieran ahí, pues yo las guardaba en una cajita de plástico dentro de mi ropero. Las torrecillas estaban rodeadas por una pequeña víbora que las custodiaba. Como parecía estar dormida extendí la mano para alcanzar las monedas pues las necesitaba para comprar mi desayuno. Pero al instante, una inmensa cabeza de serpiente me saltó justo en la cara, a escasos centímetros mostrándome sus colmillos y su lengua viperina que mojaba mis ojos con babas. Tan grande fue el susto que me desperté al instante y me encontré tirada en el suelo” De seguido me confesó que desde entonces empezó a sentir una desesperación por robarse uno de estos especímenes para recuperar su dinero.
Yo, con pose profesoral, la escuchaba y observaba su comportamiento gestual, asombrado por su capacidad para trascender el sueño y sentirse contagiada por su esencia, al punto de trasladar su desenlace a la vida real.
Más tarde comprendería la razón por la cual Evelyn vivía y soñaba la obsesión por las serpientes. Por el momento me preocupó que este curioso interés ocultara alguna intención subyacente.
Evelyn se acercó a la tarima con una caja grande cubierta con papel crepé como el que se usa para los regalos y la colocó en un rincón de la tarima. Subió los tres peldaños al tiempo que las notas de Clyderman se deslizaban sobre la pista.
La hembra bailó de cara a los espejos, en contorsiones suaves, bien apuntaladas, hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados, hacia abajo, en círculo… De cuando en vez, daba la cara al público y tiraba una prenda.
Cuando estuvo completamente desnuda, corrió en pasitos cortos hacia la esquina. Sacó de la caja una gran víbora y se la enrolló en el cuerpo para cubrirse los senos y los genitales. El “baile de la serpiente” era el show exclusivo de Evelyn en el night-club y su principal atractivo.
Lo que siguió no estaba en el libreto y esto preocupó al gerente quien corrió hacia la tarima. Evelyn cayó de rodillas. Desde sus entrañas y más allá, lanzó un grito largo, profundo, como liberándose del dolor de cargar durante tantos años, cientos de misas, letanías, filas, horas eternas de silencio y privaciones atornilladas en sus hombros. Se irguió veloz, tiró la serpiente al piso y puso sobre ella el pie derecho emulando a la Virgen Poderosa a quien desde niña le rezó tantas veces “Así hizo la Virgen Poderosa con el demonio. Yo declaro victoria en contra de mis demonios del pecado que me atormentan sin razón”.
Evelyn tomó a la víbora por la cabeza y la lanzó con fuerza hacia una mesa cercana a la tarima. Los clientes creyeron que esto formaba parte del show. Pero algunos corrieron hacia la única y pequeña puerta de entrada-salida del lugar. Un miembro de la seguridad inmovilizó a la víbora con una red para pescar usada como decoración del local. Y el gerente subió a la tarima, cubrió a Evelyn con una cobija llena de huecos y la llevó al camerino.
A los pocos minutos, Evelyn levantó la cortina roja del camerino que separaba la miseria de las bailarinas de los goces de sus clientes. Y con un caminar de modelo de pasarela, con sus ojos que saltaban de un lado a otro y de abajo al infinito se acercó a mi mesa, como si nada hubiera ocurrido. “Si me invitas a un trago te cuento otro sueño”.
Con la frase “¿Te parece”? en sus labios, el colapso. Evelyn cayó al suelo como vástago. De manera imperceptible, la víbora utilizada por Evelyn se había deslizado hasta donde ella estaba. La seguridad del night-club sacó a todos los clientes y cerró las puertas. Vino la ambulancia; y detrás, los periodistas.
El telenoticiario de la mañana abrió su edición con esta noticia: “Hoy, en un night-club de la capital, fue encontrada sin vida una mujer que respondía al nombre artístico de Evelyn. Según la policía, la mujer de la vida alegre habría muerto a las 3 de la madrugada, estrangulada por una boa”.
Ernestina, verdadero nombre de Evelyn, viajó por todo el mundo con el circo ruso. A los pocos días de adoptada le enseñaron el arte de encantamiento de las serpientes. Crearon un show especial para ella que consistía en sacar dos serpientes de una caja de cristal en la que se arrastraban muchas serpientes más y lograr que la siguieran en un paseo por toda la pista del circo. En un momento determinado, Evelyn sonaba un silbato y las dos serpientes se detenían; luego de un brevísimo silencio, se escuchaban las notas de música oriental y las serpientes ejecutaban una danza al ritmo de panderetas. Otro silbido, y una de ellas se enroscaba en su cuerpo, como si fuera un árbol, mientras la otra dócilmente entraba en la caja de cristal ante la mirada atónita de los asistentes.
Se trataba de un espectáculo muy apreciado y exitoso, hasta que Ernestina cumplió los 18 años y debió regresar a su país para establecer su mayoría de edad. Y sucedió que en el Registro Civil Ernestina aprovechó para sacar los certificados de defunción de sus padres, pues nada sabía de ellos. Con inmensa sorpresa se enteró que los dos aún estaban vivos. Visitó el hospicio para conocer la verdadera razón de su internamiento. Y también fue a su pueblo a indagar más, aunque no visitó a sus progenitores. Ernestina había nacido con enanismo. Y en el pueblo, colonizado por descendientes de gitanos tenían la superstición que el nacimiento de un enano, peor si era mujer les traería mala suerte durante 100 años.
Esta noticia destrozó la autoestima de Ernestina. Empezó a alquilar varios clubes nocturnos de la capital para mostrar su espectáculo sólo para ser el centro de atención de los clientes. Así dilapidó el dinero que sus padres le habían guardado para cuando cumpliera la mayoría de edad y que era parte de lo ahorrado durante sus 6 años de trabajo agotador en el circo. Cuando se quedó sin un centavo regresó al circo en Rusia su verdadero hogar. Sus padres adoptivos la acogieron, pero le dieron papeles secundarios. Hasta que el constante consumo de drogas y alcohol empezó a dañar la calidad de su espectáculo y la reputación del circo.
5 años soportó la pareja los caprichos y estados de locura resultantes de los excesos de quien fuera durante 6 años la estrella principal del circo. Hasta que un día, en un viaje desde Rusia a Perú, sus padres adoptivos la dejaron en el puerto caribeño de su país de origen.
En este puerto trabajó en varios night-club. Al principio, el show atraía muchos clientes morbosos por ver a una enana desnuda enroscada en una serpiente, mucho más grande que ella. Pero a los meses, Ernestina cayó de nuevo en las drogas.
En el Night-club “El Escorpión” trabajó 3 años. La soportaban porque era el único show de desnudismo en el país realizado por una enana y su serpiente.
Ernestina cumplió recientemente 40 años de su nacimiento y 17 de su muerte… Sólo alcanzó a vivir 23 años. (analogonluis@yahoo.es)
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