PENSIONES ALIMENTARIAS:
JUSTICIA PARA COBRAR VENGANZA
El padre olvidó que un
día fue hijo de ...
Dr. Luis Montoya
Salas, Comunicólogo
“Váyase
con ese güila. Ya veremos quién gana. Tendrás que pedirme cacao”, le dijo Humberto
a su ex compañera Julia, quien entonces tenía 15 años. Una niña, apenas; sola, expulsada
por la Revolución sandinista de su Nicaragua, Nicaragüita y a
merced de un hombre oportunista, pedófilo, machista y explotador.
Antes
de echarla de su casa, Humberto la había explotado como mesera, cantinera
y cocinera en un bar y restaurante alquilado
en las cercanías de la provincia de Limón. Al final de la jornada, como a las 3
de la madrugada, también debía dejar todo el local como “un ajito”.
De
esta manera, Humberto ahorró lo suficiente para comprar el negocio, ahora libre de todo compromiso familiar.
La
vida en paralelo de Julia dio un giro de grados, infinito. A partir de ese momento, con solo 10 mil
colones que Humberto le tiró al suelo cuando salía de la casa para que, con su
hijo de un año en brazos se arrodillara en acto de humillación, por última vez,
Julia quedaba a merced de las circunstancias, en un país xenofóbico, hostil, supurando odio hacia el extranjero y a
5 horas de distancia de su pariente más cercano, su madre. Tendría que rendir
cada cinco para pasajes, para la leche y pañales del bebé, para comer durante
quién sabe cuántos días…. o meses
Julia
recorrió la geografía nacional: Puntarenas,
Limón, San Carlos, la Zona Srur, Guanacaste, Rohrmoser, etc., como
doméstica. Hasta niñera fue de un ex candidato presidencial. También se
desempeñó como mesera en puestos de comida del Mercado Central; y durante
algunos años, trabajó en los empinados cafetales de Naranjo y Heredia y en los
naranjales de Guanacaste y Los Chiles.
Y
así transcurrieron 6 años en la vida de Julia, hasta encontrar refugio como
precarista en la finca San Juan de Pavas, en un rancho que su madre construyó con
pedazos de latas de zinc, costillas de madera, piso de tierra y subdivisiones
de cartón sostenidas con tablillas de segunda o tercera, enfrentando los
demonios de la soledad, de las drogas, del desprecio y, como telón de fondo, el
hambre, las muchas dificultades económicas, las degradantes condiciones anti higiénicas
propias del hacinamiento y la frustración de no poder asistir a la escuela.
De
tiempo en vez, a Julia le llegaban rumores de la abundancia económica en que
vivía Humberto. Sin embargo, se resistía, más por orgullo que por instinto
maternal de protección, a exigirle la responsabilidad contemplada en la Ley de
Pensiones Alimentarias.
El
vaso en que Julia bebía la indiferencia hacia su ex compañero se quebró al
enterarse que la compensación a todos sus sacrificios empeñados para mantener la
relación y el negocio del bar y restaurante a flote, la estaba disfrutando su peor enemiga
de antaño, mujer conocida de Humberto y
que empleó para sustituirla.
El
odio acumulado, sumado al rencor alimentado por la forma en que la echó de la
casa con su hijo en brazos llevó a Julia hasta las bancas del abarrotado
Juzgado de Pensiones en Goicoechea de
Guadalupe.
En
su largo y pesado transitar, Julia conoció a algunos abogados que la orientaron
sobre cómo reclamar una pensión para su hijo Gerardo.
En
el encuentro de conciliación, Humberto se presentó con su avezado abogado.
Julia, más que sola, con una defensora pública principiante.
“Olvídate
niquilla pobrete, ignorante. ¿Una inmigrante de mierda pretendiendo enfrentarme?
Así,
Julia empezó un nuevo calvario que duró 18 meses.
Durante
ese tiempo debió viajar a Guácimo cada mes para entregar la orden de apremio a
la Delegación policial. Y otros tantos meses las órdenes eran devueltas al
Juzgado: “Domicilio desconocido”. “Imposible notificar al encartado”.
Un
día de tantos, como algunas veces sucede, la suerte de Julia cambió. Un abogado
conocido se ofreció para acompañarla en la entrega de la orden de apremio.
Al
principio, el notificador se negó a recibir el documento, alegando que “ese
señor no vivía en Guácimo”. Pero ante la insistencia, mediando amenazas legales,
Julia, su abogado y el notificador llegaron hasta el bar y restaurante de Humberto,
en el momento en que otros colegas policías del notificador disfrutaban suculentos
platos acompañados de cervezas y otros licores.
En
ese instante, el rostro de Humberto cambió al color del delantal blanco que
orgulloso portaba cuando atendía personalmente a sus invitados especiales. De
inmediato, lo esposaron y encerraron en la perrera.
Al
fin, como algunas veces sucede, Julia degustó el sabor de la venganza: Lograba
humillar a quien alguna vez fue el centro de su micro universo y su primer
amor.
Julia
solo pudo recuperar 4 meses del monto
adeudado: 240 mil colones.
Hoy,
Julia tiene 39 años; y su hijo Gerardo, 23.
En
el debate que se avecina sobre la Ley de Pensiones Alimentarias intervienen factores
dicotómicos con fuertes sesgos emocionales, que obligaron al legislador a resolver
de manera tajante y causal: si no paga, prisión. Sin juicio ni apelación, salvo cuando un abogado da seguimiento al expediente y presenta recursos de revisión para
postergar la ejecución del pago. Pero de “ESTA” nadie se salva.
El
amor de una pareja se expresa, se justifica, se resuelve y se consuma en la
relación sexual. Por eso, al hijo que nace de este acto se le llama “fruto del
amor”.
En
buena teoría, ese hijo o hija debería ser la energía pura que alimenta con
néctar de rosas la relación de pareja, hasta fundirla y hacerla indisoluble,
según sentencia la Iglesia católica. Los hijos serían, en fin de cuentas, la
principal razón y justificación del concepto HOGAR.
Sin
embargo, en la realidad social, psicológica y vívida de lo cotidiano se
interponen imponderables que rompen ese equilibrio emocional y familiar. El
hartazgo de la rutina, las obligaciones económicas y las exigencias laborales,
la necesidad humana de superación, de cambio y búsqueda de lo novedoso lleva a
alguno de los integrantes de la pareja, o a los dos, por caminos diferentes,
hacia bares, estadios, discotecas, encuentros furtivos que
resultan, por lo general, más intensos en emociones que la
pasiva vida hogareña.
Estos
factores, me parece, no deben soslayarse en una discusión sobre la Ley de
Pensiones que pretende reducir, o eliminar la prisión como castigo por el no
pago de la pensión alimenticia.
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