LE DICEN NO LAS ENCUESTAS A LAURA CHINCHILLA?
Luis Montoya Salas
Comunicólogo
Si alguna empresa encuestadora preguntara hoy: ¿Debe la presidenta Chinchilla mantenerse en el poder hasta el fin de su mandato, o renunciar de inmediato?, la probabilidad estadística apuntaría en mayores porcentajes hacia la segunda pregunta. La razón es sencilla: el rechazo subjetivo generalizado de la imagen presidencial femenina, construido, en gran medida, por influencia de las encuestas de opinión.
¿Con que fundamentación científica o conocimiento riguroso, juzgan los encuestados la labor de los gobernantes, al punto de sentenciarlos a un ostracismo político anticipado?
Este es el meollo del instrumento estadístico conocido como encuestas de opinión. Su intríngulis es matemática pura que, aplicada a la estadística le otorga una aureola de precisión, aunque no de certeza, de ahí el “margen de error”. Este se estira o encoge, de acuerdo con la amplitud de la muestra y del procedimiento empleado: si es telefónico, el margen de error es mayor. Si es casa por casa, el margen de error disminuye.
Pero el otro extremo de la percepción social que tiene a la Presidenta Chinchilla en los lugares más bajos de la opinión pública concierne a la divulgación de los resultados de las encuestas y su impacto sobre el imaginario colectivo. Y aquí se cumple en toda su crudeza el teorema de Thomas: “si asumes las cosas y actos como ciertos, resultarán ciertos en sus consecuencias”. A tal extremo, que los resultados basados en opiniones subjetivas, sin otro insumo que un estado de ánimo respecto de una situación personal, o alguna noticia subrayada con mayor intensidad que otra bastan para que la percepción de una realidad mediatizada sea digerida y asumida como verdad, gracias a la difusión masiva de las encuestas. De esta manera, los MDC sirven de eco de las opiniones de muestras estadísticas para millones de ciudadanos que no fueron consultados; y hacen de sus resultados, hechos reales consumados. Es innegable, que los medios informativos de nuestro país gozan de una significativa credibilidad. Así, la Presidenta Chinchilla resulta ser la peor calificada de todos los gobernantes, con un 72,5%. Pero el resultado de la sumatoria de percepciones es determinado por circunstancias que poca o ninguna relación tienen con la naturaleza y características del sistema presidencialista costarricense. Recordemos que nuestro régimen presidencialista es perverso. Concentra toda la responsabilidad y atención en la figura del candidato. Pero inmediatamente después de la elección lo ata de manos, le reduce las posibilidades de respirar y lo entrampa en la pesada y obsoleta maquinaria burocrática y leguleya para que no pueda cambiar nada del status quo. Y como si no fuera suficiente, lo expone a la vendetta pública para que lo despellejen. Y al igual que en el circo romano, el pueblo grita sangre para canalizar sus frustraciones y miserias.
Así, las respuestas de los encuestados son triplemente sesgadas: por la formulación escueta y rápida de la pregunta; porque la fuerza de la costumbre indica que toda pregunta debe responderse; y porque nadie se prepara con anticipación, para dar una respuesta bien sustentada.
¿Está la presidenta Chinchilla destinada a una muerte iconoclasta? ¿A ser olvidada o mal recordada por las opiniones ligeras y a boca de jarro de unos miles de costarricenses escogidos, eso sí, con criterios científicos de muestra estadística?
La respuesta es no. En febrero de 2010, esa mujer corajuda, dinámica, ligeramente tímida y de marcados rasgos indígenas estableció un hito al osar enfrentar el reino de los machos y ganarles el derecho a sentarse en la Silla presidencial. Y esto ocurría por primera vez en la más que centenaria democracia costarricense. Así dejaba su impronta en la historia patria. El escenario del triunfo transpiraba euforia, llantos de gozo incontenible se desbordaban por las calles de todo el país. La alfombra de los héroes triunfadores ahora se tendía para la Heroína sobre quien se posaban cientos de miles de miradas; unas de asombro, otras de envidia de la buena y las más de esperanza. Pues de sus labios carnosos y abundantes salía la promesa que el pueblo esperaba: firmeza, con la dureza del roble; autoridad en las enaguas de la mujer-madre; y honestidad avalada por su mirada penetrante, directa, firme y sin ambages.
Este pueblo que otrora la vitoreó no puede, ni debe olvidar a la primera mujer presidenta. Laura, la mujer, la madre, la profesional, la líder. Este pueblo sabe cuánto poder ejerce la mujer-madre en el devenir de la familia costarricense. Por su inteligencia, su capacidad de sacrificio, su sensibilidad, su sentido innato de protección, su intuición e instinto .que le permiten sobrevivir ahí donde el macho tiraría la toalla, a los primeros disparos.
¿Es posible estimular los sentimientos del imaginario colectivo para rescatar la imagen simbólica de Laura, la primera mujer Presidenta? Desde luego. Y para esto no necesita muletas machistas de ancianos poderosos. Debe ser Laura, la mujer alegre, organizada, comprometida con los actores sociales abandonados por otros gobiernos. Ella es su principal y mejor capital.
La responsabilidad de sus asesores es inmensa: salvaguardar para la historia el símbolo icónico de las mujeres políticas costarricenses cuyo peregrinar les permitió, en 1953, expresar por primera vez su voluntad en las urnas. Y 63 años más tarde, darle rostro femenino a este derecho. analogonluis@yahoo.es
No hay comentarios:
Publicar un comentario