martes, 30 de julio de 2013

UN CASO DE PUBLICIDAD PERVERSA.

elyoespejo: Comercial Junta de Protección Social

(Marque aquí, para ver el comercial)


¿POR QUÉ NO JUGUÉ?: UN CASO DE PUBLICIDAD PERVERSA
Luis Montoya Salas
Comunicólogo

“¿Por qué no jugué?” es un anuncio publicitario de la Junta de Protección Social de San José  para promocionar juegos de azar denominados “nuevos tiempos”.
Se trata de una estrategia publicitaria que se aleja de la función original  de beneficencia  para ingresar en el mundo globalizado que castiga las escasas aspiraciones de los perceptores por el dinero, al  extremo de colocar en el orden de prioridades la compra de un pedacito de “tiempos” a la subsistencia alimentaria.  
El segmento del spot analizado tiene una duración de 18 segundos y comprende 5 escenas con unidad de sentido propio. El plano de situación es la sala comedor de una casa  común de cualquier asalariado en cuya mesa se observa alguna loza, vacía. Es la hora del desayuno de un día cualquiera (¿un lunes?), pues la costumbre indica que, a esa hora, el hombre lee el periódico mientras la mujer espera.  El código de iluminación es tenue sobre objetos oscuros (muebles, electrodomésticos) para reforzar un estado de “preocupación introspectiva”, en una especie de  “encerramiento”  expectante de la pareja. No es intención del productor-realizador  abrir el espacio a la luz, a la libertad, a la felicidad, mediante el recurso a colores cálidos, vivos,  propositivos. Todo lo contrario. El ambiente es más bien lúgubre, pesado. Es decir,  no es una iluminación que transmita apertura, gozo. Este plano de situación concuerda con el estado anímico de la pareja  (plano de expresión) reflejado en su comportamiento gestual, particularmente en los rostros con cejas fruncidas, labios apretados, manos crispadas, miradas acusadoras y angustiadas.
El plano de expresión gira alrededor del arrepentimiento por el grave pecado de sustituir el alimento a causa del hambre, por la (remota) posibilidad de darle un batazo a la suerte. En este sentido,  este plano de expresión es dialéctico, pues va de la manifestación gestual de los personajes entre sí al mensaje verbal (cantado) en un crescendo  logrado por la voz de la soprano  hasta alcanzar el clímax, en forma de recriminación por parte de la mujer quien estaba completamente segura que saldría el 73 pues lo habían visto en una  mariposa. Luego viene el descenso de la acción hasta desembocar en el desenlace,  cuando el hombre confiesa su pecado:  “tenía hambre y me compré el taco”, en lugar del número premiado.
En el spot se utilizan fuerzas dinámicas  mediante el lenguaje cinematográfico (primeros planos, planos medios, panorámicas, ligeros zoom de acercamiento para enfatizar  y transmitir la ansiedad,  el miedo de una pareja (hombre y mujer) de edad promedio entre 30 y 40 años al ver como la suerte se burla de ellos y les niega la oportunidad de modificar, de raíz, la situación económica en la que se encuentran los dos. (En apariencia, solo ellos forman el núcleo familiar, pues el  anuncio no incluye indicadores icónicos que sugieran la existencia de hijos u otro familiar).
Entre tanto, el telespectador mira al hombre  que disimula su cara detrás de un periódico  mientras consulta la lista de lotería, a sabiendas  que no jugó. Pero para que el spot tenga sentido debe confesarle a su mujer  el pecado:  “tenía hambre, me comí un taco” y perdí la oportunidad de salir de esta situación económica tan angustiosa.
En breve. El anuncio extrae un hecho concreto de la cotidianidad, lo sobredimensiona mediante el canto dialogado (¿opereta, ópera bouffe?) y se lo lanza a la cara de los telespectadores digerido en forma de burla, como diciéndoles: “Aunque busques todos los agüizotes, como el 73 de la mariposa, nunca le pegarás al premio porque otras circunstancias (propias del azar) te lo impedirán. Estás condenado a jugar y a jugar, al precio de no comprarte ni un taco.
Sin duda, el spot refleja la realidad cotidiana de miles de jugadores de lotería presentándoles la compra de la lotería como la solución a su incapacidad e impotencia para hacerle frente a la crítica situación económica con medios reales como el salario.
Y la promesa final: cuando el salario no te alcanza y debes escoger entre jugar tiempos o comprarte “un gallo” en la calle, escoja la primera opción. De cualquier modo, ¡Siempre te arrepentirás”
ANEXO
I escena: En el comedor, la mujer mira con aire de preocupación en el rostro la taza que sostiene en sus manos. La mesa está pobremente servida. El hombre, entre tanto, lee el periódico.
II escena:  En un ligero zoom (acercamiento).El hombre baja el periódico y la cámara se acerca en zoom in a su rostro en un PM (Plano medio). El hombre se levanta, al tiempo que la mujer desplaza su mirada de la taza (¿vacía?) al rostro del hombre. La cámara lo acerca al telespectador mediante el PP (Primer plano).
III escena: El hombre en PM se pregunta cantando: ¿Por qué no jugué?  Al estar frente a la cámara está representando a los miles de telespectadores que como él, no jugaron chances, lotería, tiempos).
IV escena: Cut (corte). La mujer se levanta y recrimina cantando: ¿Cómo que no jugaste, (su rostro es de angustia). En la toma siguiente el hombre devuelve la mirada del telespectador a la mujer para aceptar el regaño. Su rostro es de rabiosa resignación. En la siguiente toma, en PM  la mujer le subraya “si vimos en la mariposa el 73…”
V escena: Cambia el ángulo de la cámara para un campo/contracampo. La mujer de espaldas  está haciendo las veces de telespectador, lista para recibir la confesión del pecado del hombre (en el campo, de frente al telespectador) para declarar: “lo sé, pero salí con hambre. En la toma siguiente, la mujer en PM se lleva las dos manos a la cara como queriendo comerse las uñas de preocupación. El hombre revela finalmente la razón: “Pero salí con hambre, me compré unos tacos y se me fue”. En la toma siguiente, la cámara hace un ligero paneo de la mujer en PP  al hombre (que ahora representa al público pues la toma se corta intencionalmente antes de mostrarlo) La mujer gesticula con las  manos regañándole: ¿Mario, por qué?”
Inferencias:
El hombre y la mujer son pareja. Pertenecen a una clase social media baja, por la vestimenta de ambos: él, con una camisa de cuadros, abierta y una camiseta blanca. Su barba está descuidada. Ella, con una blusa celeste de corte muy común y una diadema de tela para recogerse el cabello.
El plano de situación es una sala-comedor pues al fondo se observa un trinchante de madera, un microondas, en las esquinas del mueble, una losa variada. La mesa tiene la superficie de mármol y sobre ella una canasta servida con algunos comestibles; dos tazas, dos soperas y tres tapetes para proteger la mesa.
El trasluz de la ventana deja ver que es de día y están desayunando. Pues por cultura se infiere que el periódico se lee en el momento del desayuno.
Se observa que la pareja no tiene hijos y que se encuentran distanciados por razones económicas.
El spot concluye con la promoción de la mercancía de la Junta de Protección Social de San José que es el premio del domingo por 140 millones de colones.
Su promesa es que si por azar compras algo de comer en la calle, de seguro no podrás comprar el número ganador. Para evitar la angustia  de su compañera bien vale el sacrificio de no comer para comprar lotería.
El recurso a la música.
 El estilo de ópera bouffe cumple a cabalidad la función de amplificar una preocupación cotidiana, muy común en cualquier pareja costarricense: el dinero.
Al sobredimensionar mediante el canto dialogado lo que cualquier persona conversaría normalmente, la situación adquiere una expresión jocosa, ridícula.
Conclusión:
La Junta de Protección Social utiliza un estilo de mensaje mofándose de una situación de preocupación ante la situación económica que afecta a miles de costarricenses. Y presenta como la solución fácil y certera la compra de todos sus productos: nuevos tiempos, 12 veces por semana: Loto, dos veces por semana, para citar los más comunes.

Comercial Junta de Protección Social

miércoles, 24 de julio de 2013

¿LE DICEN NO LAS ENCUESTAS A LAURA CHINCHILLA?

LE DICEN NO LAS ENCUESTAS A LAURA CHINCHILLA?
Luis Montoya Salas
Comunicólogo
Si alguna empresa encuestadora preguntara hoy: ¿Debe la presidenta Chinchilla mantenerse en el poder hasta el fin de su mandato, o renunciar de inmediato?, la probabilidad estadística apuntaría en mayores porcentajes hacia la segunda pregunta. La razón es sencilla: el rechazo subjetivo generalizado de la imagen presidencial femenina, construido, en gran medida, por influencia de  las encuestas de opinión.
¿Con que fundamentación científica o conocimiento riguroso, juzgan los encuestados la labor de los gobernantes, al punto de sentenciarlos a un ostracismo político anticipado?  
Este es el meollo del instrumento estadístico conocido como encuestas de opinión. Su intríngulis es matemática pura que, aplicada a la estadística le otorga una aureola de precisión, aunque no de certeza, de ahí el “margen de error”. Este se estira o encoge, de acuerdo con la amplitud de la muestra y del procedimiento empleado: si es telefónico, el margen de error es mayor. Si es casa por casa, el margen de error disminuye.
Pero el otro extremo de la percepción social que tiene a la Presidenta Chinchilla en los lugares más bajos de la opinión pública concierne a la divulgación de los resultados de las encuestas y su impacto sobre el imaginario colectivo. Y aquí se cumple en toda su crudeza el teorema de Thomas: “si asumes las cosas y actos como ciertos, resultarán ciertos en sus consecuencias”. A tal extremo, que los resultados basados en opiniones subjetivas, sin otro insumo que un estado de ánimo respecto de una situación personal, o alguna noticia subrayada con mayor intensidad que otra bastan para que la percepción de una realidad mediatizada sea digerida y asumida como verdad, gracias a la difusión masiva de las encuestas. De esta manera, los MDC sirven de eco de  las opiniones de muestras estadísticas para millones de ciudadanos que no fueron consultados; y hacen de sus resultados, hechos reales consumados. Es innegable, que los medios informativos de nuestro país gozan de una significativa credibilidad. Así, la Presidenta Chinchilla resulta ser la peor calificada de todos los gobernantes, con un 72,5%. Pero  el  resultado de la sumatoria de percepciones es determinado por circunstancias que poca o ninguna relación tienen con la naturaleza y características del sistema presidencialista costarricense. Recordemos que nuestro régimen presidencialista es perverso. Concentra toda la responsabilidad y atención en la figura del candidato. Pero inmediatamente después de la elección  lo ata de manos, le reduce las posibilidades de respirar  y lo entrampa en la pesada y obsoleta maquinaria burocrática y leguleya para que no pueda cambiar nada del status quo.  Y como si no fuera suficiente, lo expone a la vendetta pública para que lo despellejen. Y al igual que en el circo romano, el pueblo grita sangre para canalizar sus frustraciones y miserias.
Así, las respuestas de los encuestados son triplemente sesgadas: por la formulación escueta y rápida de la pregunta; porque la fuerza de la costumbre indica que toda pregunta debe responderse; y porque nadie se prepara con anticipación,  para dar una respuesta bien sustentada.   
¿Está la presidenta Chinchilla destinada a una muerte iconoclasta? ¿A ser olvidada o mal recordada por las opiniones ligeras y a boca de jarro de unos miles de costarricenses escogidos, eso sí, con criterios científicos de muestra estadística?
La respuesta es no. En febrero de 2010, esa mujer corajuda, dinámica, ligeramente tímida y  de marcados rasgos indígenas estableció un hito al osar enfrentar el reino de los machos y ganarles el derecho a sentarse en la Silla presidencial. Y esto ocurría por primera vez en la más que centenaria democracia costarricense. Así dejaba su impronta en la historia patria. El escenario del triunfo transpiraba euforia, llantos de gozo incontenible se desbordaban por las calles de todo el país. La alfombra de los héroes triunfadores ahora se tendía para la Heroína sobre quien se posaban cientos de miles de miradas; unas de asombro, otras de envidia de la buena y las más de esperanza. Pues de sus labios carnosos y abundantes salía la promesa que el pueblo esperaba: firmeza, con la dureza del roble; autoridad en las enaguas de la mujer-madre; y honestidad avalada por su mirada penetrante, directa, firme y sin ambages.
Este pueblo que otrora la vitoreó no puede, ni debe olvidar a la primera mujer presidenta. Laura, la mujer, la madre, la profesional, la líder. Este pueblo sabe cuánto poder ejerce la mujer-madre en el devenir de la familia costarricense. Por su inteligencia, su capacidad de sacrificio, su sensibilidad, su sentido innato de protección, su intuición e instinto .que le permiten sobrevivir ahí donde el macho tiraría la toalla, a los primeros disparos.
 ¿Es posible estimular los sentimientos del imaginario colectivo para rescatar la imagen simbólica de Laura, la primera mujer Presidenta? Desde luego. Y para esto no necesita muletas machistas de ancianos poderosos. Debe ser Laura, la mujer alegre, organizada, comprometida con los actores sociales abandonados por otros gobiernos. Ella es su principal y mejor capital.
La responsabilidad  de sus asesores es inmensa: salvaguardar para la historia el símbolo icónico de las mujeres políticas costarricenses cuyo peregrinar les permitió, en 1953, expresar por primera vez su voluntad en las urnas. Y 63 años más tarde, darle rostro femenino a este derecho. analogonluis@yahoo.es




sábado, 20 de julio de 2013

LOS TICOS O EL SÍMIL DE LA OSTRA DEVORADORA

TICOS EN PARÍS…
Dr.  Luis Montoya Salas
“Los ticos somos como una perla preciosa  en el fondo de una ostra; pero…..”

“A cualquier lugar del mundo al que vayas, encontrarás  un tico”.
Esta frase la escuché, por primera vez, a principios de los años 80, en boca de algunos ticos que visitaban el apartamento que, en París, compartía con mi ex esposa y nuestra hija, de apenas 2 años.  Contaban, entre otras historias, el caso de un tico que oficiaba de faquir, encantador de serpientes,  en las  calles de Bagdad.   
Quienes viajaban a menudo comentaban, que los ticos eran fáciles de identificar en los aviones de LACSA (la aerolínea  más utilizada gracias a su bandera nacional). Esta empresa  obsequiaba   licores   en sus vuelos; y los ticos de pico flojo se emborrachaban  y armaban una  algarabía con sus “ticos, ticoooooooos” en coro,  sin considerar la idiosincrasia de los otros pasajeros. 
Hace 30 años era difícil  atravesar “el charco” (el Océano Atlántico) para realizar estudios especializados en alguna universidad europea.  Yo tuve la dicha de ser el primer bachiller de la  Escuela de Periodismo en dar el gran salto. Obtuve una beca por 4 años para especializarme  en comunicación audiovisual.
 Escogí París, porque en los cursos de francés que seguí en la Alianza Francesa proyectaban unos filmes en blanco y negro con un dominante color sepia cuyos  efectos de luz le imprimían al ambiente un aire de misteriosa nostalgia. Sin duda,  en alguna vida anterior  había estado ahí, mirando  las sombras grises del imponente Trocadéro,  muy cerca de la  Tour Eiffel. Y Le Panthéon me abría sus puertas para desfilar ante los féretros de las grandes personalidades de la literatura, la ciencia,  la política francesa. 
Las notas agudas demolían  mis neuronas envolviéndome en una profunda e inexplicable emoción.   
 A medida que el narrador francés describía las imágenes,  las luces  de un blanco intenso irradiando de los faroles a lo largo de las anchas avenidas  le imprimían vida  a los vehículos modelo 50, 60 que dejaban sutiles estelas,  perdiéndose  en la neblina de la noche. Y las sombras de los  árboles adquirían formas de  soldados,  guardianes de la Ciudad de la Luz” . Los edificios,  silueteados en negro adquirían una dignidad, una majestuosidad pero al mismo tiempo un misterio que estimulaba a buscar en sus adentros recónditos secretos.  Y  al tiempo que los bateaux mouches ,  esos barcos  turísticos con techo transparente   transportaban incansables por el río Sena a los turistas recién venidos, la música, con sus predominantes  notas agudas demolía mis neuronas envolviéndome en una profunda e inexplicable emoción.    

Nos dejó en un hotelito cerca del Parc Montsourí  en el barrio 12 de París
Por aquellos años, la UCR desconocía la existencia  de universidades francesas que enseñaran comunicación, periodismo  en televisión, o comunicación audiovisual. La Embajada de Francia, tampoco tenía información. Nunca antes, nadie había intentado optar por una beca en el extranjero. Y no era porque no las hubiera. Sencillamente, no había oferentes.
 El Agregado cultural de Francia M. Moirin, un señor ya entrado en años, excombatiente de la I Guerra Mundial, de voz gangosa por su adicción a la pipa, de ojos  enrojecidos y  vidriosos y cabello canoso enseñaba literatura francesa en la Escuela de Lenguas Modernas. Mr. Moirin  me recomendó llamar a un becado de la Facultad de Economía de la UCR. Después de varios días de intentarlo al fin lo logré. En 1976, sólo existía el teléfono y las llamadas al extranjero eran costosas. Porque el correo tardaba varios meses en su viaje de ida y vuelta.  La conversación fue breve y  sólo se comprometió  a esperarnos  en el Aeropuerto Charles De Gaulle. No tenía ni tiempo ni interés en averiguar nada sobre universidades que enseñaran periodismo.  
En tales condiciones,  sin saber en cuál universidad matricularme  abordé el avión con mi familia, en agosto de 1976.  Ya en el aeropuerto,  el profesor de economía  nos llevó a un pequeño hotel cerca del Parc Montsourí  en el barrio 12 de París. Al día siguiente nos invitó a su apartamento para tomar el café. Después de ese acontecimiento, sólo nos dejó un trauma que nos acompañaría durante los primeros meses: “Aquí, la gente es muy delicada con la bulla en la noche. Procuren que su hija no llore porque los pueden echar del hotel”.
Sin ayuda de nadie y perdiéndome tan a menudo como la complejidad del Metro parisino lo exigía aprendí  a desplazarme por sus túneles.  También en solitario, debí recorrer universidades en busca de la carrera para la cual había sido becado. Sólo también, debí sobrevivir con mi ex esposa e hija. La ruta fue larga, estresante y difícil, al estilo empirista de ensayo y error.
  Años más tarde volví a ver  al primer tico que me recibió en París.  Enseñaba Principios de economía  y lo conocían como “el mamador”, pues  todos los alumnos le tenían miedo. Se comentaba que desde la primera lección señalaba con el dedo quiénes pasarían, unos 10 de  75. Amargado, tacaño, empresario hotelero, invivible.
El voto estudiantil y el de algunos profesores  intentaron expulsarme de la dirección de la ECCC.
Acepté la beca porque era una oportunidad única. Competí con un colega con mejores credenciales universitarias que las mías. Aquel era licenciado. Yo, apenas bachiller. Sin embargo, mi contrincante no gozaba de la simpatía del director. Yo, por mi cuenta había iniciado gestiones ante la Embajada de Francia para obtener un complemento de beca. Con esta carta negocié la beca ante la UCR. 
Viajé,  convencido de la sólida formación académica recibida en la Escuela de Periodismo. Sin embargo, muy lejos estaba de llenar el perfil de exigencia de la Universidad de Nanterre  (París X)  y del Instituto Francés de Prensa, adscrito a la Universidad de La Sorbona.  La  aureola de fama que acompañaba a la UCR era  una farsa. Al menos, en el área de la comunicación.  Por estas razones no pude concluir el doctorado en los 4 años previstos. Apenas logré una maestría y un D.E.A. (Diploma de estudios profundos) que me daba derecho a un posterior doctorado. Pero para algunos colegas de la ECCC que recibieron la hospitalidad de mi hogar en París esos títulos eran insuficientes. Esos mismos colegas endosarían, más tarde, un voto de censura gestado por los estudiantes siendo yo, en 1992, director de la ECCC.
El voto estudiantil y de algunos profesores pretendía expulsarme de la dirección, por haber permitido el ingreso de 29 estudiantes que no alcanzaron por algunas milésimas, el promedio exigido de 90. Yo estaba convencido que las materias escogidas por la Asamblea de escuela para establecer el promedio ponderado de ingreso no estaban a la altura del nivel de exigencia de otras carreras con cupo restringido. Introducción a la sociología, Introducción a la computación, por ejemplo, no podían compararse con los requisitos exigidos por la Escuela de Cómputo, de Medicina, las Ingenierías, por citar algunas. De manera que calificar a la ECCC de una de las mejores por los promedios ponderados exigidos era un espejismo. Por otra parte, las políticas de la UCR,  de los años 90  con Luis Garita como rector apuntaban a abrir las aulas universitarias a un mayor número de estudiantes. Si bien se trataba de asuntos de política nacional, favorecía a los estudiantes con altos promedios. Pero el egoísmo de la dirigencia estudiantil, compartido por profesores de la ECCC que se creían el sumun de la inteligencia  pretendió prevalecer sobre  las expectativas de 29 estudiantes. Al final, con el apoyo de la Rectoría los 29 ingresaron y la ECCC recibió, a cambio, más tiempos completos, mejor equipamiento radiofónico y televisual para los cursos prácticos.  
Entre tanto, yo debí regresar a París en 1982-83. Esta vez viajé  sólo y mi estadía tomó un año, hasta obtener, ahora sí, el doctorado en ciencias de la expresión y la comunicación. La UCR me dio permiso con goce de salario y yo obtuve una beca de la OCDE, gracias a la ayuda del director de la ECCC de entonces, Mario Cordero.
Más de uno lloró la ausencia de Mamá.
En París, conocí el grado de dependencia que los ticos tienen de la Madre Patria, del hogar, del agua dulce, del gallo pinto, de la olla de carne. Es una dependencia umbilical mayúscula de la madre biológica. Hasta los ticos emperifollados y con apellidos de alcurnia  que desfilaron por nuestro apartamento situado en las afueras de París, una “banlieu” de obreros subvencionada por el Estado  sentían la nostalgia de la Madre Patria (es decir, de Mamá) y se refugiaban en nuestro hogar (calor alrededor del fuego  en el que se calientan los alimentos).  Más de uno lloró la ausencia de Mamá. Un sociólogo, de alto renombre en Costa Rica nos dejó como  recuerdo, además de sus  nostálgicas lágrimas,  sendas vomitadas por la combinación de tamal de chancho, guaro  Cacique y vino pinaut.
Los ticos nos visitaban en Navidad y el Día de la Madre. Aprovechábamos el envío de café, arroz, frijoles, masa para tortillas, tapa de dulce  y algún litro de Cacique que  mis suegros  (de entonces) nos  enviaban por medio de algún tico que viajaba a París. Para entonces, la vigilancia  fitosanitaria  en los aeropuertos era laxa, pues no existían las epidemias de fiebres con nombres variados, ni atentados terroristas. Eran años de gran abundancia en Europa y EEUU, aunque en nuestro país, el dólar  incrementó su valor en un 400% : de 8 colones por $1   pasó a  20  por $1 en 1992 y después fue aumentando hasta alcanzar los 500 colones por $1 de hoy.
Así desfilaron semióticos, connotados médicos, sociólogos, historiadores…
Nunca antes había salido de Tiquicia por más de 15 días.  Tampoco tenía por costumbre recibir visitas en mi casa, pues al no haberme criado en un hogar convencional durante mi niñez y adolescencia tampoco tuve la experiencia de compartir y socializar. De manera que al estar en un país extraño, sólo con mi ex -esposa y una hija, dependiendo exclusivamente de mi  beca universitaria, las visitas de paisanos significaban un momento especial para compartir vivencias de la lejana Tiquicia. Y de verdad que nos esmerábamos por ofrecer a nuestros anfitriones las mejores  atenciones.
Así desfilaron semióticos, médicos connotados, historiadores, sociólogos de apellidos reconocidos en el mundillo intelectual, abogados, lingüistas, etc.
Recuerdo el caso de un médico de honorable familia que nos visitaba a menudo a la hora de la cena porque su esposa no sabía cocinar (en Tiquicia tenía empleada pero no pudo llevarla porque el monto de la beca aumentaba significativamente y luego debía pagar la diferencia)  Después supe que prefería ahorrar en comida para comprarse un vehículo nuevo que podía luego importar sin impuestos, para  pasear por toda Europa, como en efecto lo hizo con su esposa e hijos y para regresar a Tiquicia en el período de vacaciones de invierno.
Médicos, historiadores, semióticos, abogados regresaron a Costa Rica con sendos títulos de doctores y ocuparon puestos de liderazgo en la UCR, en hospitales y montaron sus consultorios privados dejando atrás, en el olvido, los momentos de nostalgia y abrigo que encontraron en nuestro apartamento.
Ya en Costa Rica,  adoptaron sus verdaderos roles. Con grandes dificultades, un saludo y nada más. No recuerdo haber recibido de parte de alguno de ellos  una visita en nuestra humilde casa. Menos aun, un consejo para insertarme de nuevo en la Universidad de Costa Rica. Y cuando por asuntos de salud debí consultar a alguno de los médicos amigos de París,  el trato fue despectivo.
A decir verdad,  mi mayúscula ingenuidad me sirvió de caparazón para defenderme de  alguna que otra humillación o “chinita”.  Y seguí remando solo, como había aprendido a hacerlo desde mi más temprana adolescencia.
Los ticos somos como la perla escondida en la ostra.
 A partir de mi  experiencia en París  construí un concepto de la idiosincrasia tica utilizando  la metáfora de la perla dentro de la ostra. Esta metáfora se la expliqué a un colega iraní recién venido de Alemania, contratado por el director de turno de la ECCC. Resulta que este profesor, ya entrado en años  tenía asegurada su cátedra en una universidad alemana. Pero por alguna inexplicable razón, pues el profesor iraní no hablaba nada de español  apareció un día dictando un curso de periodismo en la ECCC.  Le ofrecieron  La Seca y la Meca y el profesor iraní creyó tales ofrecimientos.  Renunció a su cátedra en la universidad alemana y se trasladó a Costa Rica con su esposa costarricense. Pero en el momento de las decisiones, las condiciones de contratación propuestas  no correspondieron con la promesa del director.
 Yo me explico esta situación de la siguiente manera, le comenté al profesor iraní:   “los ticos somos como la perla escondida en la ostra. Brilla, atrae, se muestra en todo su esplendor. Es apetecida y el extranjero queda  cegado por su belleza. Pero luego, cuando la ostra se cierra,  ese extranjero nunca entiende qué pasó con su vida, en sus relaciones sociales con los ticos”.
Algunas personas  enfrentamos procesos de aprendizaje más largos, pesados, intensos, complejos y  dolorosos que otros. Como sucede con  una espada forjada en el yunque a punta de golpe y fuego.  Cada acontecimiento vivido en el momento no es percibido en todas sus posteriores implicaciones. Son respuestas inmediatas de sobrevivencia en las cuales se invierte toda la energía para ocuparnos en preocuparnos, como un karma arrastrado por generaciones. No obstante, los residuos de tales vivencias se van acumulando en nuestro inconsciente y son los que nos permiten enfrentar experiencias idénticas posteriores. Pero sobre todo, constituye el bagaje de experiencia que  trasmitiremos a nuestros hijos para  evitarles  procesos largos, intensos y dolorosos. Así, ellos  se economizan el tiempo invertido por sus progenitores  para adquirir experiencia y solo les resta disfrutar con plenitud a partir de los esfuerzos y sacrificios de sus padres.  Esta es, para mí, la principal función del hogar integrado, estable, armonioso, el primer eslabón de la construcción social de un Estado saludable emocionalmente, que  permita a todos sus habitantes disfrutar de la distribución equitativa de la riqueza, sin egoísmos, sin trampas, sin hipocresía.
En mi caso particular, creo que pude economizarme muchas de las experiencias aquí narradas, si hubiera contado con un hogar  que me transmitiera las vivencias de mis mayores.  Porque nada es más doloroso, con el transcurrir de los años que equivocarse sólo, si nadie con quien compartir, a priori, las decisiones de vida cotidiana que debemos tomar.
Ahí está, creo yo, el meollo de la estabilidad emocional y el disfrute pleno, con calidad de vida, de los integrantes de la sociedad. Es la inmensa ventaja que aporta la familia a sus hijos: la transmisión de experiencias, con sus avatares, acompañada de la seguridad de encontrar a alguien emocionalmente presente que estará ahí para responder con aplomo y amor a las  dudas existenciales y a las decisiones banales (analogonluis@yahoo.es)

ESCLAVITUD EN COSTA RICA EN EL SIGLO XXI

ESCLAVOS  DE LA PIEDRA.
(Historias de vida, circunstancias del tiempo)

Dr. Luis Montoya Salas
Comunicólogo

Jorge marcó el celular que Ana le dio. Dos días después se reunían con el propietario de la lechería La Piedra, en algún lugar del extenso Guanacaste. Hablaron de las condiciones laborales y salariales. La pareja trabajaría, inicialmente, de 4 a 8 de la mañana ordeñando vacas; y lo mismo debía hacer de 4 de la tarde a 8 de la noche. Por este trabajo ganarían 80 mil colones quincenales cada uno, a razón de 8 horas diarias.  Durante las primeras semanas se entrenarían para asumir posteriormente la administración de una nueva lechería, con un mejor salario.

4:00 de la tarde. Ana terminó sus compras semanales en el centro de Upala, tal y como lo hacía cada sábado. Sólo le faltaba tomarse su cafecito con empanada de queso, para abordar el bus de San Gabriel, de regreso a casa.
De pronto, como si aquella hoja pegada en la pared de la soda le hiciera señas, esta mujer de 38 años se sintió atraída por el texto: “Se necesita pareja joven para trabajar en lechería. Interesados llamar al teléfono……”
Durante el recorrido de 30 minutos, Ana meditó: Esto no es coincidencia. Debe ser la respuesta de mi Dios a las promesas que le hice de dejar el cigarrillo, la cerveza y hasta el karaoke. Aquí está el  trabajito que espero desde hace muchos años para vivir una comodidad humilde, junto a mis hijas.
Ana no esperó hasta llegar a la casa para contarle a Jorge, su compañero, acerca del aviso.  Lo llamó de inmediato: - “Llame a este celular para averiguar detalles y luego conversamos…”  
Jorge es oriundo de Pital, Trabajó desde los 12 años con su padre, un astuto negociante y contratista de maderas y tubérculos. Por esta circunstancia, sólo cursó hasta tercer año de primaria. Y mientras su padre perdía millones de colones, por culpa del alcohol, Jorge llevaba el sustento familiar trabajando en una piñera, desde los 16 años. 
Ana tenía 9 años cuando su madre se la trajo como “mojada”, desde Nicaragua. Huían de la revuelta sandinista durante la década perdida en la Centro América de los 80. Toda la región, con excepción de Costa Rica, ardía en guerras civiles provocadas por dictaduras militares de derecha, con el apoyo económico y militar del ex presidente Ronald Reagan.
La travesía de Ana por la inhóspita montaña fronteriza demoró cerca de 200 días con sus horas, minutos y segundos, cada uno marcado por la sobrevivencia ante los ataques de la Contra, de los piricuacos; de las mordeduras de serpientes, las picaduras de mosquitos, pulgas y piojos, cuando no de los ataques de neumonía, pulmonía, asma, diarreas, pues dormían a la intemperie recibiendo en sus cuerpos las lluvias torrenciales e interminables de la zona norte; y comían lo que la montaña les diera: guineos, mangos, naranjas, yuca… Al “coyote” le pagaron con la venta de las joyas de su madre y hasta compraron una mula que no les duró más de dos semanas, pues debieron matarla, para no morir de hambre.
Con su status de refugiada, la madre de Ana pudo escoger entre Canadá, EEUU y Costa Rica para vivir. Pero prefirió quedarse cerquita de su Nicaragüita, pues albergaba la fe en un pronto regreso. La acogida que al principio Costa Rica brindó a los emigrantes cegó la intuición racional y calculadora de la madre de Ana respecto de las oportunidades que estos  países ofrecían.
Así, una decisión inocentemente distorsionada por el entorno caótico de la guerra, originó la escalada de desventuras que llevarían a Ana, desde la casa de una reconocida periodista presentadora de noticias en la cual trabajaba como empleada doméstica, hasta la cárcel, acusada injustamente, del robo de las joyas de aquella.
Ana se fugó de la cárcel de menores, antes de cumplir su condena y trabajó en oficios domésticos; también, como vendedora de paquetes turísticos que resultaron ser una estafa y en restaurantes y bares. Hasta que un día se hartó del San José de noche y decidió refugiarse en el campo. Viajó a Pital para visitar a una prima.
Jorge y Ana se conocieron en el Bar Las 4 esquinas de PItal. Era una noche septembrina coronada por un torrencial aguacero. Ambos escampaban ahí y entablaron conversación. Así, Ana supo que a  Jorge lo habían despedido de la piñera y sus padres tampoco lo querían en la casa.    
Dos historias de vida se habían encontrado en circunstancias de tiempo trazadas quizás, muchos años antes, por el destino. Ahí acordaron que algún día viajarían a Upala a buscar nuevas oportunidades.
Ana, al igual que Jorge, sólo tenía estudios básicos de primara. Esta condición limitaba sus posibilidades de trabajo en otros lugares que no fueran las  piñeras, los bares y las sodas. Y en esos tres campos trabajaron por temporada, hasta que aquella hoja blanca en la pared de una soda upaleña les abrió las puertas de la esperanza.
Jorge marcó el celular que Ana le dio. Dos días después se reunían con el propietario de la lechería La Piedra, en algún lugar del extenso Guanacaste. Hablaron de las condiciones laborales y salariales. La pareja trabajaría, inicialmente, de 4 a 8 de la mañana ordeñando vacas; y lo mismo debía hacer de 4 de la tarde a 8 de la noche. Por este trabajo ganarían 80 mil colones quincenales cada uno, a razón de 8 horas diarias.  Durante las primeras semanas se entrenarían para asumir posteriormente la administración de una nueva lechería, con un mejor salario.
Esta conversación entusiasmó a Ana y Jorge. Regresaron a su casa ilusionados por iniciar, ahora sí, un proyecto de vida más firme y estable.  
Semanas antes, Jorge había sido despedido y recontratado en una piñera.  Esto causó envidias y rencillas de sus superiores inmediatos, expresadas en forma de acoso laboral. La situación llegó al extremo de la amenaza de un nuevo y tempranero despido. Lógico es pensar que Jorge alimentara la ilusión de sentar reales en otro lugar.
Ana nunca devengó salario fijo. Tampoco cotizó para el seguro. Tenía ahora, por primera vez, la oportunidad de hacer algo más útil y productivo de su vida. Jorge estaba desesperado por salir de aquel  ambiente laboral negativo. Era necesario, como nunca antes, que el trabajo en la lechería  se hiciera realidad.
Al fin, el dueño de la lechería aceptó emplearlos y les envió un camión para que transportaran sus enseres desde Upala, hasta su nuevo hogar.
Jorge renunció a la piñera, con el aire del conquistador de nuevos lares. Una semana después empacaron sus escasas pertenencias y partieron. Orgullosos y emocionados por la decisión tomada, se despidieron de amigos y parientes. Ahora Upala estaba muy lejos, en sus pensamientos y emociones.
Llegaron a la lechería a las 6 de la tarde, en domingo. Un corto recibimiento por parte de la esposa del propietario. Al día siguiente visitaron el lugar de trabajo, pero nadie les explicó qué y cómo debían hacer. Ana debió aprender preguntando a quien no era su jefe inmediato, pues desde el momento en que la vio, éste le dijo: “yo con usted no quiero nada”.
Hasta el martes empezó el ordeño. La pareja recién llegada no tenía prisa, pues sus planes eran quedarse ahí por muchos años. “Aquí tenemos empleados que llevan hasta 10 años, les comentó el patrón, asegurándoles que tendrían trabajo para rato. Al día siguiente, el patrón le asignó a Jorge, además del ordeño, la custodia de la bodega, la limpieza de la piscina, y trabajos misceláneos. Ana se quedó en la lechería. Ese día, el patrón cambió las reglas del juego.  Ahora, Ana ordeñaría vacas; y además,  debía atender a la esposa del dueño. Así debió cocinar y preparar la mesa para unos invitados que llegaron a la finca, en helicóptero. Se trataba de uno  de los hombres más ricos del país, quien comentó de manera descuidada, haber perdido más de 100 millones de colones en un negocio.
Ese día, Ana solo descansó 2 horas de las 7 que debía esperar para el turno de las 4:00 -8:00 p.m. En un solo un día, la pareja recién llegada pasaba a trabajar 12 horas diarias. El mismo número de horas que trabajaron, hasta que llegó la nefasta y desastrosa mañana del sábado.
A gritos y con brincos desaforados por la ira, el patrón llamó a Jorge para despedirlo, porque “le caía mal su manera de ser”; y porque, “al no entregar a tiempo un material de construcción, los operarios pasaron de vagos y él perdió mucho dinero” No aceptó las explicaciones de Jorge, quien trató de contactarlo por teléfono durante toda la mañana, para comentarle que había perdido las llaves de la bodega; pero su celular estaba apagado.  ¿Y por qué no lo buscó en la casa? Le preguntó Ana. Porque me tenían prohibido abandonar el trabajo, respondió Jorge. Pero el dueño de la lechería fue más allá: los amenazó con rebajarles del salario, el pago del alquiler del camión que les prestó para traerlos desde Upala y la reposición de las llaves perdidas.
Cuando Ana se enteró del despido de Jorge quedó atónita, paralizada, sin habla y casi sin aliento. No podía creerlo y menos entenderlo. Se puso pálida y su corazón latió con la fuerza del miedo. ¿Qué? atinó a gritar. ¡Imposible! Hace apenas unas horas, la patrona me comentó que nos  entrenaban para administrar la nueva lechería…
Ana no pudo dormir esa noche y llamó, de nuevo a Dios: “Sabes cuánto he soportado, desde que mi madre me trajo a este país. ¿Debo seguir recibiendo garrote? Y a esta pregunta recibió una respuesta inesperada. Por primera vez en toda su vida, Ana recibía una noticia de tal magnitud e implicaciones con una actitud pausada y objetiva. En lugar de darle rienda suelta a su ira y emprenderla a gritos con los patrones, como tenía costumbre, repasó la situación y estudió las posibilidades de liberarse de la trampa que les tendían: Los despidió, pero al mismo tiempo, les ofreció una alternativa temporal: contratarlos por 15 días, mientras conseguían otro trabajo. Desocuparían la casa que habitaban cuando llegaron y se mudarían a otra más al fondo de la finca de 2,000 hectáreas de tierra. Y ahora se encargarían de labores agrícolas en el campo, con un salario inferior: 300 colones la hora. Comprendió que no podía seguir así,  sometida a los vaivenes del estado de ánimo de otra persona igual a ella, sólo que con poder económico. Y con la fortaleza que todas las humillaciones recibidas durante su vida le transmitieron y que Ana no había demostrado le dijo al patrón: “Ustedes me cambiaron las reglas del juego. Así no se vale. Y hoy mismo nos vamos”.
Al instante, el rostro del patrón se tiñó de un rojo intenso y las venas de ambos lados del cuello se le embotaron de sangre. Por segunda vez daba brinquitos de ira y se llevaba las manos a la cabeza para jalarse las pocas mechas que tenía. 
Ana madrugó, pero no para ordeñar vacas. Aunque sus días laborales también contemplaban 3 domingos al mes y un domingo libre. En cambio, debió preparar su regreso a Upala a la cual apenas una semana antes había renunciado. El patrón llegó temprano para amenazarlos: “Desalojan con todos sus chunches antes de las 2 de la tarde, o los saco yo con la policía. Y juéguensela  para llevarse sus cosas,  porque no les pagaré ni un centavo”.  
Jorge y Ana no tenían ni un centavo en la bolsa.  Sólo contaban con la fe en Dios. Caminaron una hora hasta el centro de población y ahí contrataron un camión que les cobró 75,000 colones. Con amigos upaleños consiguieron, de palabra, el dinero, para el retorno.
La pareja recién llegada fue obligada por el capricho del patrón a esperar hasta las  5 de la tarde. Pero como no quería pagarles Jorge lo buscó y lo emplazó. Sólo les dio 50 mil colones: 25 mil colones a cada uno por el trabajo de 4 días de 10 horas diarias. Es decir, el promedio de 40 horas de trabajo por cada uno, para un total de 8 días de 20 horas diarias; o lo que es lo mismo, 80 horas de trabajo  por los dos, a razón de 250 colones la hora por cada uno. Estos no habían sido los términos acordados en la primera y única cita que tuvieron con el dueño de la lechería La Piedra. Por eso, de continuar ahí, entre más horas trabajaran menos ganarían, proporcionalmente. Y como a los 50 mil colones debieron agregarle 25 mil colones prestados, no solo no ganaron nada sino que dejaron de percibir más de 30 mil colones, más 16 horas de trabajo entre los dos, que le “donaron” a su ex patrón. ¿Podrían cobrar legalmente esas horas y esa suma en los tribunales de Trabajo? Algunas personas que anteriormente trabajaron para ese patrón les aconsejaron no perder el tiempo, pues su apellido era uno de los  más influyentes de la región.
Flor y Jorge regresaron a Upala, con sus ilusiones destrozadas. Ni en los peores trabajos que desempeñaron duraron tan pocos días. Jamás imaginaron que el costo en energías y desgaste emocional de dejar todo en Upala se esfumaría en sólo 4 días. Aquel adagio popular según el cual los tratos se sellan con el pelo de un bigote quedó enterrado por el polvo pertinaz que inundaba toda la casa y toda la zona, con sus fuertes vendavales. Jorge y Ana recurrieron a amigos para que les averiguaran si todo cuanto acontecía era legal, o si podían entablar juicio. Pero por tratarse de 4 días de trabajo, sólo tenían derecho al seguro y al salario y ninguna otra indemnización por el viaje, ni por la ruptura intempestiva del contrato verbal. Tampoco el patrón tenía la obligación de resarcirles nada por concepto de daño material y moral.
Ana y Jorge no eran los primeros (ni serían los últimos y únicos) que caían en la trampa perversa urdida por este señor, portador de uno de los apellidos más aristocráticos del país y dueño de una inmensa fortuna, según les contaron en el centro de población. Primero los endulzaba con la promesa de prepararlos para administrar la nueva lechería. Se aseguraba que no tuvieran recursos, ni medios ni posibilidades de retornar a su lugar de origen. Y después, los despedía, al tiempo que les ofrecía otra oportunidad, en el campo, con un salario inferior y con más horas de trabajo y un solo domingo libre, al mes.
Ana y Jorge habían recorrido mucho camino como para aceptar esa nueva oferta de hambre y esclavitud. Y a diferencia de los otros 8 trabajadores que ahí quedaron, la mayoría de ellos indocumentados, Ana y Jorge prefirieron enfrentar la burla, la humillación, el robo, el engaño, el desprecio, el mal trato y groserías de parte de un señor aparentemente honorable y de palabra con todo y el daño colateral de los efectos de esta violenta y negativa experiencia sobre su estima, que continuar ahí, con la incertidumbre pendiente sobre sus ilusiones. Pues si a escasos 4 días de trabajo los despedía, ¿qué no podría hacer más adelante?
Así, Ana y Jorge dejaron atrás la experiencia más dura, intensa y breve  de sus vidas.
En cuanto al dueño de esta lechería, aunque nada le falta, se consume en una inexplicable amargura que lo hace irascible e irracional, como si el amor por la vida lo hubiera abandonado, hace muchos años (analogonluis@yahoo.es)