domingo, 21 de diciembre de 2014

EL PODEROSO PODER DE LA IMAGINACIÓN SIMBÓLICA


NO OBSTANTE  LA DICTADURA DEL TIEMPO,  LAS IMÁGENES  ATRAPADAS EN OTROS AYERES LOGRAN LIBERARSE. 

Luis Montoya Salas

Comunicólogo

 

Luego de transcurrir  60 años de mi vida en San José, a partir de mis 4 años, la (¿circunstancial) burbuja del tiempo me llevó, muy abruptamente, hasta un rincón perdido de Upala.

La pregunta del por qué un cambio tan extremo se responderá por sí sola, con la transportación que de mi ser realice otra burbuja (¿circunstancial?) del tiempo. En el ahora sólo puedo responder con imágenes que  me ofrecen  realidades concretas, simples, cotidianas, frescas, en un entorno de extendida e intensa pobreza  y miseria humana. ¿Son acaso, las paradojas de nuestras historias de vida enzarzadas con las circunstancias eternas del tiempo? Esta profunda interrogante ya no me atormenta ni desvela. Pero sí me motiva a buscar respuestas. Tampoco me dejo engatusar  por la parsimonia del tiempo que avanza aquí, como esas gotas  de humedad que golpean cada cuanto el zinc de la casa y caen en cámara lenta sobre las plantas que las recogen, agradecidas.

Al ritmo del sol y la oscuridad que abren y cierran los días, el tiempo adquiere presencia real en el germinar de una planta de frijol y de papaya, en la paciente construcción del refugio de unas abejas que tienen la previsión de permitir el paso del aire, en su hermético y exclusivo chalet, en la muda de flores de los árboles, amarillas y  rosadas, en el ir y venir de la cosecha de caimitos verdes, suculento plato para  los monos aulladores, en el río Chimurria que, como resultado de intensas lluvias acumula torrentes de agua hoy y mañana regresan a su cauce.

El tiempo, aquí en Upala, se deja saborear. Las neuronas agradecen el forzado sueño inducido por el ronroneo narcotizador del río,  a 20 pasos de mi casa. Los pulmones se desbordan a menudo, con tanto oxígeno, limpio, natural, como si se tratara de un inmenso nebulizador.  Entretanto,  mis oídos reciben una andanada multifacética de sonidos: de gallos que ahora cantan a deshoras; de  grillos y chicharras, atentos al verano para desatarse en cánticos nupciales; y algún pajarillo que hace nido en el árbol de limón ácido cercano a mi ventana.
Entonces, de manera inadvertida y sin pretenderlo, doy un salto de 55 años  en el tiempo  y me traslado al verano puntarenense,  en una escuela pública que nos daba albergue a los huérfanos del Hospicio de San José para montar ahí el tradicional campamento de verano. Y mis oídos escuchan al atardecer, con nostálgica claridad, una canción de Julio Jaramillo que inunda el salón de actos de Julio Jaramillo procedente del radio Telefunken de  mi padre:  
"Cierto pajarillo en la mañana, herido fue a caer a mi ventana, yo me compadecí del pajarillo y le di la libertad que le faltaba”.

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