NO OBSTANTE LA DICTADURA DEL TIEMPO, LAS IMÁGENES
ATRAPADAS EN OTROS AYERES LOGRAN LIBERARSE.
Luis Montoya Salas
Comunicólogo
Luego de
transcurrir 60 años de mi vida en San
José, a partir de mis 4 años, la (¿circunstancial) burbuja del tiempo me llevó,
muy abruptamente, hasta un rincón perdido de Upala.
La pregunta del por
qué un cambio tan extremo se responderá por sí sola, con la transportación que
de mi ser realice otra burbuja (¿circunstancial?) del tiempo. En el ahora sólo puedo
responder con imágenes que me
ofrecen realidades concretas, simples,
cotidianas, frescas, en un entorno de extendida e intensa pobreza y miseria humana. ¿Son acaso, las paradojas
de nuestras historias de vida enzarzadas con las circunstancias eternas del
tiempo? Esta profunda interrogante ya no me atormenta ni desvela. Pero sí me
motiva a buscar respuestas. Tampoco me dejo engatusar por la parsimonia del tiempo que avanza aquí,
como esas gotas de humedad que golpean
cada cuanto el zinc de la casa y caen en cámara lenta sobre las plantas que las
recogen, agradecidas.
Al ritmo del sol y
la oscuridad que abren y cierran los días, el tiempo adquiere presencia real en
el germinar de una planta de frijol y de papaya, en la paciente construcción
del refugio de unas abejas que tienen la previsión de permitir el paso del aire,
en su hermético y exclusivo chalet, en la muda de flores de los árboles,
amarillas y rosadas, en el ir y venir de
la cosecha de caimitos verdes, suculento plato para los monos aulladores, en el río Chimurria que,
como resultado de intensas lluvias acumula torrentes de agua hoy y mañana
regresan a su cauce.
El tiempo, aquí en
Upala, se deja saborear. Las neuronas agradecen el forzado sueño inducido por el
ronroneo narcotizador del río, a 20
pasos de mi casa. Los pulmones se desbordan a menudo, con tanto oxígeno,
limpio, natural, como si se tratara de un inmenso nebulizador. Entretanto, mis oídos reciben una andanada multifacética
de sonidos: de gallos que ahora cantan a deshoras; de grillos y chicharras, atentos al verano para
desatarse en cánticos nupciales; y algún pajarillo que hace nido en el árbol de
limón ácido cercano a mi ventana.
Entonces, de manera inadvertida y sin pretenderlo, doy un salto de 55 años en el tiempo y me traslado al verano puntarenense, en una escuela pública que nos daba albergue a los huérfanos del Hospicio de San José para montar ahí el tradicional campamento de verano. Y mis oídos escuchan al atardecer, con nostálgica claridad, una canción de Julio Jaramillo que inunda el salón de actos de Julio Jaramillo procedente del radio Telefunken de mi padre:
"Cierto
pajarillo en la mañana, herido fue a caer a mi ventana, yo me compadecí del
pajarillo y le di la libertad que le faltaba”.Entonces, de manera inadvertida y sin pretenderlo, doy un salto de 55 años en el tiempo y me traslado al verano puntarenense, en una escuela pública que nos daba albergue a los huérfanos del Hospicio de San José para montar ahí el tradicional campamento de verano. Y mis oídos escuchan al atardecer, con nostálgica claridad, una canción de Julio Jaramillo que inunda el salón de actos de Julio Jaramillo procedente del radio Telefunken de mi padre:
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