domingo, 28 de diciembre de 2014

LOS MILAGROS OCURREN ANTE NUESTROS OJOS, PERO NO SIEMPRE ESTAMOS PREPARADOS PARA PERCIBIRLOS


CINCO MILAGROS NAVIDEÑOS EN COLONIA PUNTARENAS.

Dr. Luis Montoya Salas

Comunicólogo

 

Sin duda, los milagros son más frecuentes  de lo que creemos;  y ocurren  frente a nuestros ojos.  Los milagros no son hechos asombrosos, sobrenaturales.  De seguro, nuestros sentidos no siempre  están atentos para percibirlos,  menos aún, para disfrutarlos.

En Colonia Puntarenas de Upala sucedieron  cinco milagros en torno a un solo acontecimiento.  Y de esto trata esta breve crónica.

 Desde hace unos 6 años, impulso y estimulo  los padrinazgos para la Navidad de los niños upaleños,  entre mis amigos y colegas capitalinos. Y lo hago porque, de otra manera, esta festividad cristiana pasaría como un “sueño de Navidad”  que solo ocurre en las noticias de la TV. 

En agosto de este año  me preguntaba  (y solo la pregunta ya revelaba cierto desánimo)  si obtendría  donaciones para este año.  Un primer sondeo realizado no me ofrecía resultados certeros.

Pero en octubre recién pasado, William Méndez, un colega periodista y amigo y Gloriana Gómez, Directora de Comunicación de la Fundación Monge me llamaron para confirmarme la celebración de la fiesta navideña para 200 niños que la Fundación Monge les obsequiaría  el 13 de diciembre, en Colonia Puntarenas de Upala.  Se trataba de una noticia, grata en extremo,  pues neutralizaría el  golpe emocional negativo que los despidos masivos (más de 200 personas entre hombres y mujeres) está produciendo en los hogares upaleños; y, por rebote, sobre las expectativas y necesidades de sus  hijos.

El primer milagro, romper el vientre natural que aísla al Valle Central.

Y así damos cuenta del primer milagro. Cierto es que en el Valle Central las compras, las cenas y  compromisos “sociales” de las fiestas navideñas en hogares y lugares de trabajo ocupan completamente las preocupaciones de estos días. Estas preocupaciones tienen que ver con la necesidad obsesiva de regalar, lo que desviste a este gesto de su espontánea naturalidad. En ocasiones, para cumplir con el ritual, las personas se desesperan tanto que producen embotellamientos de vehículos y aglomeraciones interminables en las tiendas, negocios y calles. Poco importa que  la pequeñez de la capital sea tal que contribuya al caos cíclico de estas fechas.  Las personas vuelven invisible el entorno y solo se concentran en sus propias preocupaciones.  

Por otra parte, aunque quizás por las mismas circunstancias,  los  meseteños  no se ocupan en  preocuparse por lo que ocurra más allá de las montañas que los aíslan, rodean y protegen  del resto del país, cual vientre materno.  Entonces, si alguna empresa u organización, de pronto atraviesa con sus pensamientos y deseos montañas y volcanes para buscar en la geografía patria algún lugarcito retirado a unos 300 kms (¿el Belén bíblico?) para regalar amor y alegría a unos niños ignorados por  el país entero, entonces sí,  podríamos afirmar que estamos ante un verdadero milagro. Y el milagro adquiere dimensiones cristianas inobjetables cuando quienes lo propician ignoran que, con su gesto salvarán, al menos por esta vez,  el espíritu navideño de  cientos de niños, hijos de peones despedidos por las piñeras.  Porque además, en los casos de los padres que aún conservan sus trabajos, los salarios de hambre (40 mil colones por semana)  no les permiten darse el pequeño lujo del más pequeño gasto navideño, sin comprometer el sustento diario familiar.   

El segundo milagro, el enamoramiento simbiótico con los patas peladas. 

El sábado 13  de diciembre al medio día,  los 200 niños procedentes de seis  zonas circundantes  distantes en promedio 15 kms. (Los Jazmines, Las Maravillas, Miravalles, Campo Verde,San Jorge, San Gabriel) ingresaron  al salón comunal  sin sus madres.  Los  reunieron en  grupos según escuelas alrededor de los colaboradores  para participar de las dinámicas y juegos organizados por la Fundación Monge.   Liderados por una  mujer  en función de payasa, cantaban,  se movían, corrían. Estaba prohibido aburrirse, distraerse, cansarse, llorar y llamar a mamá.  Así, estos niños fueron  el foco exclusivo de atención por parte de los voluntarios de la Fundación Monge.  Y aconteció el segundo milagro: niños fuertemente dependientes de sus madres según advertencias previas al estilo “es que mi hijo no se va con nadie”   corrían por el salón, participaban en  los juegos,   se abrazaban a sus madrinas, comían de sus platos con sus propias manos. Es decir, una liberación total.  Y lo mismo aconteció cuando recibieron los regalos.  Ellos mismos rompieron  los envoltorios sin pedir  permiso a sus madres.      

El tercer milagro: olvidar  problemas personales para lograr el  éxito de la fiesta navideña.  

El otro milagro, tan cotidiano como el anterior quedó plasmado en las palabras de una niña de 11 años:  “como  que esta fiesta  era de verdad solo para nosotros” .  El milagro es constatar que, en este siglo de la extrema globalización caracterizado por la materialización de todo: del tiempo, de la palabra, del afecto,  una niña inocente logra percibir  en las personas y en la fiesta misma,   el amor y la entrega de los voluntarios de la Fundación Monge.

El cuarto milagro  resucita  la fe en el espíritu  navideño.

Pero también se produjo un milagro más:   muchos niños comentaron que ahora sí creían en la existencia del Niño Dios, pues les habían regalado lo que por muchos años le pidieron:  en unos casos, un set de  aplanchado para el cabello, en otros  un super robot, en algunos,   balones de fútbol de marca, tenis de marca,  muñecas como las de la TV, etc.

El quinto milagro:  el salón comunal se carga de energía espiritual

 Ese 13 de diciembre, entre las 12 medio día y las 5 de la tarde, quienes  cumplíamos el rol de observadores participantes  sentíamos  un  gozo inexplicable  cuya fuente debía ser  la  vitalidad, inocencia, espontaneidad  y energía  de los 200 niños reunidos en el salón comunal.   Por doquiera que mirara,  sólo rostros radiantes de alegría.  Ni una sola discrepancia, ni un gesto de cansancio, desánimo,  malestar, disconformidad  o enojo.   Sólo dinamismo, movimiento, compromiso, entrega, simbiosis; y, desde luego, mucha expectativa y emoción en todos los presentes, a la espera de los regalos. Ese gozo era  energía pura que  aumentaba en forma de  vibraciones,  a medida que  se entregaban los regalos y los niños celebraban con aplausos y gritos  la mención de cada  nombre de los presentes. Y esas vibraciones rozaban mi epidermis  y la  recorrían toda provocándome  escalofríos  transformados   en cosquilleos  que  podrían desembocar en lágrimas incontenibles si las dejaba  fluir.  Así,  sin proponérmelo,  en esos momentos yo  proyectaba  en aquellos niños  mi propia infancia y me veía disfrutando de las hartadas de arroz con pollo, de los confites y chocolates contenidos en las botas navideñas  tradicionales. Y ahí estaba imponente, con  su gordura y  sus  1,80 ms.  Mister Chale el gran benefactor del Hospicio de Huérfanos de San José en su mansión de Moravia, disfrazado de San Nicolás, entregando personalmente  los regalos a los más de 200 niños y niñas del Hospicio.   

Y pensar que  toda  esta expresión  emocional  se sustentó en una base material  calculada conservadoramente en 5 millones de colones  desglosados así:   un millón 500 mil colones correspondientes a las 300 horas de voluntariado por parte de los 60 trabajadores de la Importadora Monge y de los 13 integrantes del comité de apoyo en Colonia Puntarenas de Upala;   transporte desde San José a Upala,  almuerzos para 300 personas  y el precio  aproximado  de unos 400 regalos…   

De  regreso a San José , los colaboradores de la Fundación Monge  conversarían en el bus y comentarían con sus compañeros y parientes,  la intensa experiencia vivida   en Colonia Puntarenas de Upala.  Aquí, en este lejano lugar,  su presencia fue  más que un hecho anecdótico: dejaron impresa  una profunda huella de gratitud, fundamento del más auténtico recuerdo.



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