CINCO MILAGROS
NAVIDEÑOS EN COLONIA PUNTARENAS.
Dr. Luis Montoya Salas
Comunicólogo
Sin duda, los milagros son más frecuentes de lo que creemos; y ocurren frente a nuestros ojos. Los milagros no son hechos asombrosos,
sobrenaturales. De seguro, nuestros
sentidos no siempre están atentos para percibirlos,
menos aún, para disfrutarlos.
En Colonia Puntarenas de Upala sucedieron cinco milagros en torno a un solo
acontecimiento. Y de esto trata esta
breve crónica.
Desde hace unos 6 años,
impulso y estimulo los padrinazgos para
la Navidad de los niños upaleños, entre
mis amigos y colegas capitalinos. Y lo hago porque, de otra manera, esta
festividad cristiana pasaría como un “sueño de Navidad” que solo ocurre en las noticias de la TV.
En agosto de este año
me preguntaba (y solo la pregunta
ya revelaba cierto desánimo) si obtendría
donaciones para este año. Un primer sondeo realizado no me ofrecía
resultados certeros.
Pero
en octubre recién pasado, William Méndez, un colega periodista y amigo y Gloriana
Gómez, Directora de Comunicación de la Fundación Monge me llamaron para confirmarme
la celebración de la fiesta navideña para 200 niños que la Fundación Monge les
obsequiaría el 13 de diciembre, en
Colonia Puntarenas de Upala. Se trataba
de una noticia, grata en extremo, pues
neutralizaría el golpe emocional negativo
que los despidos masivos (más de 200 personas entre hombres y mujeres) está
produciendo en los hogares upaleños; y, por rebote, sobre las expectativas y
necesidades de sus hijos.
El primer milagro, romper el vientre
natural que aísla al Valle Central.
Y así damos cuenta del primer milagro. Cierto
es que en el Valle Central las compras, las cenas y compromisos “sociales” de las fiestas
navideñas en hogares y lugares de trabajo ocupan completamente las
preocupaciones de estos días. Estas preocupaciones tienen que ver con la
necesidad obsesiva de regalar, lo que desviste a este gesto de su espontánea
naturalidad. En ocasiones, para cumplir con el ritual, las personas se
desesperan tanto que producen embotellamientos de vehículos y aglomeraciones interminables
en las tiendas, negocios y calles. Poco importa que la pequeñez de la capital sea tal que
contribuya al caos cíclico de estas fechas.
Las personas vuelven invisible el entorno y solo se concentran en sus
propias preocupaciones.
Por otra parte, aunque quizás por las mismas
circunstancias, los meseteños no se ocupan en preocuparse por lo que ocurra más allá de las
montañas que los aíslan, rodean y protegen del resto del país, cual vientre materno. Entonces, si alguna empresa u organización,
de pronto atraviesa con sus pensamientos y deseos montañas y volcanes para
buscar en la geografía patria algún lugarcito retirado a unos 300 kms (¿el
Belén bíblico?) para regalar amor y alegría a unos niños ignorados por el país entero, entonces sí, podríamos afirmar que estamos ante un
verdadero milagro. Y el milagro adquiere dimensiones cristianas inobjetables
cuando quienes lo propician ignoran que, con su gesto salvarán, al menos por
esta vez, el espíritu navideño de cientos de niños, hijos de peones despedidos
por las piñeras. Porque además, en los
casos de los padres que aún conservan sus trabajos, los salarios de hambre (40
mil colones por semana) no les permiten
darse el pequeño lujo del más pequeño gasto navideño, sin comprometer el
sustento diario familiar.
El segundo milagro,
el enamoramiento simbiótico con los patas peladas.
El sábado 13 de
diciembre al medio día, los 200 niños procedentes
de seis zonas circundantes distantes en promedio 15 kms. (Los Jazmines,
Las Maravillas, Miravalles, Campo Verde,San Jorge, San Gabriel) ingresaron al salón comunal sin sus madres. Los reunieron
en grupos según escuelas alrededor de
los colaboradores para participar de las
dinámicas y juegos organizados por la Fundación Monge. Liderados
por una mujer en función de payasa, cantaban, se movían, corrían. Estaba prohibido
aburrirse, distraerse, cansarse, llorar y llamar a mamá. Así, estos niños fueron el foco exclusivo de atención por parte de los
voluntarios de la Fundación Monge. Y
aconteció el segundo milagro: niños fuertemente dependientes de sus madres
según advertencias previas al estilo “es que mi hijo no se va con nadie” corrían
por el salón, participaban en los
juegos, se abrazaban a sus madrinas, comían de sus
platos con sus propias manos. Es decir, una liberación total. Y lo mismo aconteció cuando recibieron los
regalos. Ellos mismos rompieron los envoltorios sin pedir permiso a sus madres.
El tercer milagro: olvidar
problemas personales para lograr el éxito de la fiesta navideña.
El otro milagro, tan cotidiano como el anterior quedó
plasmado en las palabras de una niña de 11 años:
“como que esta fiesta era de verdad solo para nosotros” . El milagro es constatar que, en este siglo de
la extrema globalización caracterizado por la materialización de todo: del
tiempo, de la palabra, del afecto, una
niña inocente logra percibir en las
personas y en la fiesta misma, el amor
y la entrega de los voluntarios de la Fundación Monge.
El cuarto milagro resucita
la fe en el espíritu navideño.
Pero también se produjo un milagro más: muchos
niños comentaron que ahora sí creían en la existencia del Niño Dios, pues les
habían regalado lo que por muchos años le pidieron: en unos casos, un set de aplanchado para el cabello, en otros un super robot, en algunos, balones de fútbol de marca, tenis de
marca, muñecas como las de la TV, etc.
El quinto
milagro: el salón comunal se carga de
energía espiritual
Ese 13 de diciembre,
entre las 12 medio día y las 5 de la tarde, quienes cumplíamos el rol de observadores
participantes sentíamos un gozo
inexplicable cuya fuente debía ser la
vitalidad, inocencia, espontaneidad
y energía de los 200 niños
reunidos en el salón comunal. Por
doquiera que mirara, sólo rostros
radiantes de alegría. Ni una sola
discrepancia, ni un gesto de cansancio, desánimo, malestar, disconformidad o enojo.
Sólo dinamismo, movimiento, compromiso, entrega, simbiosis; y, desde
luego, mucha expectativa y emoción en todos los presentes, a la espera de los
regalos. Ese gozo era energía pura
que aumentaba en forma de vibraciones, a medida que
se entregaban los regalos y los niños celebraban con aplausos y
gritos la mención de cada nombre de los presentes. Y esas vibraciones
rozaban mi epidermis y la recorrían toda provocándome escalofríos transformados
en cosquilleos que
podrían desembocar en lágrimas incontenibles si las dejaba fluir. Así, sin proponérmelo, en esos momentos yo proyectaba
en aquellos niños mi propia
infancia y me veía disfrutando de las hartadas de arroz con pollo, de los confites
y chocolates contenidos en las botas navideñas
tradicionales. Y ahí estaba imponente, con su gordura y
sus 1,80 ms. Mister Chale el gran benefactor del Hospicio
de Huérfanos de San José en su mansión de Moravia, disfrazado de San Nicolás, entregando
personalmente los regalos a los más de
200 niños y niñas del Hospicio.
Y pensar que
toda esta expresión emocional
se sustentó en una base material
calculada conservadoramente en 5 millones de colones desglosados así: un millón 500 mil colones correspondientes a
las 300 horas de voluntariado por parte de los 60 trabajadores de la
Importadora Monge y de los 13 integrantes del comité de apoyo en Colonia
Puntarenas de Upala; transporte desde San José a Upala, almuerzos para 300 personas y el precio
aproximado de unos 400 regalos…
De regreso a San José
, los colaboradores de la Fundación Monge conversarían en el bus y comentarían con sus
compañeros y parientes, la intensa
experiencia vivida en Colonia
Puntarenas de Upala. Aquí, en este
lejano lugar, su presencia fue más que un hecho anecdótico: dejaron impresa una profunda huella de gratitud, fundamento
del más auténtico recuerdo.
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