martes, 4 de agosto de 2015

¿QUIEN SE PREOCUPA POR LA JUVENTUD UPALEÑA?


¿QUIÉN SE PREOCUPA POR LA JUVENTUD UPALEÑA?

Por Luis Montoya Salas, comunicólogo

 

3 de mis hijas cursaron estudios primarios en uno de los peores centros  educativos de Upala. En lo docente, didáctico y administrativo.  No obstante, esta escuela   goza de un particular vínculo con la Dirección Regional del MEP. Durante  varios años recibieron sólo las 4 materias básicas en  4 horas diarias, incluyendo la hora de almuerzo, hasta que presenté un recurso de amparo……

Y como si no bastara,  debieron matricularse en la única opción de secundaria:  una telesecundaria,  la mayor estafa del MEP en didáctica y pedagogía.  Un horario de 4 horas diarias, incluida la hora de almuerzo; televisores sin videocaseteras;  una telesecundaria de clases magistrales apoyadas con fotocopias;  un gran salón comunal dividido por pizarras simulando   aulas; un calor sofocante, sin ventiladores ni protección contra el ruido procedente de la carretera principal Upala- San Carlos….    

Una de mis hijas apenas alcanzó la “cola” de un liceo de verdad, el cuarto y quinto año.  Aunque  el director y el personal docente asumieron  su de-formación previa,  como si hubieran estado en una escuela “normal”.   El resultado de un proceso  con signo negativo,  de lo cualitativo a lo desastroso, concluyó con su  reprobación en matemática. Y si mi hija ganó en la primera convocatoria, no fue por lo aprendido  en el liceo, sino en un curso de repaso auspiciado por la Municipalidad de Upala.

Al igual que mis hijas,  miles  de estudiantes en escuelas y colegios upaleños  han sufrido un calvario similar.  Escuelas y colegios sin bibliotecas,  sin laboratorios informáticos  ni  científicos, sin textos para cursos; y, en su lugar,  fotocopias;  con profesores que todavía  utilizan el “haiga” sin percatarse.  Y lo más triste es que no  existe forma posible de reparar el daño que este estado de la educación en Upala provoca sobre el futuro profesional de nuestros hijos.

No puedo negar la impotencia que esta situación me causa. Un día me pregunté qué podría hacer para  calmar esta ansiedad  y aproveché mi condición de miembro del Consejo Universitario de la Universidad Nacional de Heredia para organizar una gira con 23 colegiales de Colonia Puntarenas de Upala  al recinto universitario de la UNA en Sarapiquí.

Luego de hacer mi autoevaluación sobre el resultado de la gira  comprobé lo que había sido hasta ahora una intuición:  se observó  una  percepción real negativa (quizás inconsciente)  del personal administrativo del Recinto UNA-SARAPIQUÍ respecto de los muchachos upaleños.

Narro lo acontecido en esta gira, para revelar  cómo  la pésima formación  en primaria y secundaria en la mayoría de los centros educativos upaleños  ha trascendido a todo el país provocando cierta indiferencia  acompañada con matices de compasión  hacia los muchachos upaleños de Colonia Puntarenas, por parte del Recinto UNA-SARAPIQUÍ.

 

Fue un fin de semana del invierno septembrino del 2008. La buseta de la UNA  llegó puntual: 9 a.m.

Con el nerviosismo propio de toda aventura inédita, 23 muchachos entre chicos y chicas abordaron la nave, peleándose los mejores campos. Los más grandes se sentaron atrás, a sus anchas. Y los más pequeños compartieron los asientos restantes.

Serían dos días largos, fuera de casa, para conocer un recinto universitario, en Sarapiquí.

En mi fuero interno imaginaba que el conocimiento de un campus universitario más el intercambio con algunos estudiantes motivaría, en algo, a estos muchachos.  

El chofer encendió el motor. Al instante se produjo un sorpresivo silencio. De los conductos del aire acondicionado de la buseta salieron pequeñitas corrientes de aire frío, que no pasaron inadvertidas para los muchachos.

Así conocieron el aire acondicionado. Este insignificante hecho, aparente, quedó grabado como la más fuerte experiencia de aquel sábado septembrino.

Durante el trayecto de 4 horas, la lluvia acompañó  a los ocupantes de la buseta, hasta su arribo  a la universidad.

En el lugar  los atendió un funcionario que les habló de  los orígenes indígenas de Sarapiquí y de algunos detalles administrativos, sin mayor interés para este “público meta” campesino.

Luego almorzaron, como a las 2 de la tarde. Y sin esperar más nada; y aunque llovía torrencialmente, todos los 23 se lanzaron a la piscina del centro universitario. El frío amorataba sus  labios Pero esto no los desanimó. Después de todo, muchos de ellos conocían una piscina,  por primera vez. Ahí pasaron más de 5 horas, compartiendo el gozo con la lluvia que caía, generosa.

Cenaron a las 8:00 p.m.,  atún con pan cuadrado y una bebida energética. Y luego se retiraron a los dormitorios improvisados, las aulas.  Este hecho se sumó a la experiencia. Pues casi ninguno había salido más allá de las 8 hectáreas  que mide Colonia-Puntarenas. Y menos aún, habían dormido fuera de sus casas, aunque fuese en el suelo. En ese ambiente, humilde, se contaron chistes e historias de miedo, hasta avanzada la noche.

Al día siguiente, domingo, se sirvió el desayuno a las 7 de la mañana. Y de nuevo, a la piscina. La lluvia caía, como el día anterior. No había otra cosa que hacer, pues las autoridades del centro universitario de la UNA incumplieron la agenda prometida, de ofrecerles a sus invitados charlas,  visitas a un centro productivo y de realizar un convivio con jóvenes del lugar.

El regreso a casa estaba previsto para las 5 de la tarde, pero se adelantó tres horas. Ningún funcionario universitario llegó a despedirnos. Nadie a quien  darle las gracias. Como tampoco, nadie quiso saber de estos muchachos upaleños,  durante el tiempo que permanecieron en el recinto.

 Y aunque esta indiferencia universitaria no provocó reacciones en los muchachos, aprendí que ellos carecen de parámetros para comparar y exigir la atención a la cual tienen derecho. Me impresionó, no lo niego, el alto grado de concreción de sus actos que los hace comportarse como niños ante hechos inéditos, limitando sus posibilidades de  trascender e  imaginar más allá del  hábitat de su refugio, sus aspiraciones y anhelos de futuro.

 
Me pregunté también, lo complejo y violento  que ha de ser para un joven campesino enfrentar el reto de seguir estudios universitarios. Pues mientras en la ciudad los estímulos de todo orden y naturaleza están desparramados por todo lado y momento enriqueciendo percepciones y aportando información, en  la zona rural sólo hay bosques, ahora desvastados, ríos, animales y grandes extensiones sembradas de piña y arroz.. Y este conocimiento resulta insuficiente para adaptarse a las exigencias socioculturales y económicas de la vida universitaria.

Concluí entonces, que el sistema educativo costarricense fue diseñado al revés. Le da más a quienes todo lo tienen y le niega  todo a quienes carecen de todo.

Y me pareció que ya era momento de voltear la tortilla de las oportunidades cambiando los parámetros de la estrategia retórica de la equidad, en democracia. A los citadinos, quitarles un poquito, que ni se nota,  para dárselo a los campesinos, a quienes ese poquito les significa todo.

Al concluir estos apuntes me pregunté (duda metódica cartesiana), si mis percepciones y  sentimientos no habrían sido distorsionados  por el efecto narcotizante del aire acondicionado. Pues yo fui pasajero en esa buseta, ese largo fin de semana del invierno septembrino del 2008.

 

 

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