¿QUIÉN SE PREOCUPA
POR LA JUVENTUD UPALEÑA?
Por Luis Montoya Salas, comunicólogo
3 de
mis hijas cursaron estudios primarios en uno de los peores centros educativos de Upala. En lo docente, didáctico
y administrativo. No obstante, esta
escuela goza de un particular vínculo con la Dirección
Regional del MEP. Durante varios años
recibieron sólo las 4 materias básicas en 4 horas diarias, incluyendo la hora de
almuerzo, hasta que presenté un recurso de amparo……
Y como
si no bastara, debieron matricularse en
la única opción de secundaria: una
telesecundaria, la mayor estafa del MEP
en didáctica y pedagogía. Un horario de
4 horas diarias, incluida la hora de almuerzo; televisores sin videocaseteras; una telesecundaria de clases magistrales
apoyadas con fotocopias; un gran salón
comunal dividido por pizarras simulando
aulas; un calor sofocante, sin ventiladores ni protección contra el
ruido procedente de la carretera principal Upala- San Carlos….
Una de
mis hijas apenas alcanzó la “cola” de un liceo de verdad, el cuarto y quinto
año. Aunque el director y el personal docente
asumieron su de-formación previa, como si hubieran estado en una escuela “normal”. El
resultado de un proceso con signo negativo, de lo cualitativo a lo desastroso, concluyó
con su reprobación en matemática. Y si
mi hija ganó en la primera convocatoria, no fue por lo aprendido en el liceo, sino en un curso de repaso
auspiciado por la Municipalidad de Upala.
Al
igual que mis hijas, miles de estudiantes en escuelas y colegios upaleños
han sufrido un calvario similar. Escuelas y colegios sin bibliotecas, sin laboratorios informáticos ni
científicos, sin textos para cursos; y, en su lugar, fotocopias; con profesores que todavía utilizan el “haiga” sin percatarse. Y lo más triste es que no existe forma posible de reparar el daño que
este estado de la educación en Upala provoca sobre el futuro profesional de
nuestros hijos.
No
puedo negar la impotencia que esta situación me causa. Un día me pregunté qué
podría hacer para calmar esta ansiedad y aproveché mi condición de miembro del
Consejo Universitario de la Universidad Nacional de Heredia para organizar una
gira con 23 colegiales de Colonia Puntarenas de Upala al recinto universitario de la UNA en
Sarapiquí.
Luego
de hacer mi autoevaluación sobre el resultado de la gira comprobé lo que había sido hasta ahora una
intuición: se observó una percepción real negativa (quizás
inconsciente) del personal
administrativo del Recinto UNA-SARAPIQUÍ respecto de los muchachos upaleños.
Narro
lo acontecido en esta gira, para revelar
cómo la pésima formación en primaria y secundaria en la mayoría de los
centros educativos upaleños ha
trascendido a todo el país provocando cierta indiferencia acompañada con matices de compasión hacia los muchachos upaleños de Colonia
Puntarenas, por parte del Recinto UNA-SARAPIQUÍ.
Fue un fin de
semana del invierno septembrino del 2008. La buseta de la UNA llegó puntual: 9 a.m.
Con el
nerviosismo propio de toda aventura inédita, 23 muchachos entre chicos y chicas
abordaron la nave, peleándose los mejores campos. Los más grandes se sentaron atrás,
a sus anchas. Y los más pequeños compartieron los asientos restantes.
Serían dos
días largos, fuera de casa, para conocer un recinto universitario, en
Sarapiquí.
En mi fuero
interno imaginaba que el conocimiento de un campus universitario más el intercambio
con algunos estudiantes motivaría, en algo, a estos muchachos.
El chofer
encendió el motor. Al instante se produjo un sorpresivo silencio. De los
conductos del aire acondicionado de la buseta salieron pequeñitas corrientes de
aire frío, que no pasaron inadvertidas para los muchachos.
Así
conocieron el aire acondicionado. Este insignificante hecho, aparente, quedó
grabado como la más fuerte experiencia de aquel sábado septembrino.
Durante el
trayecto de 4 horas, la lluvia acompañó
a los ocupantes de la buseta, hasta su arribo a la universidad.
En el
lugar los atendió un funcionario que les
habló de los orígenes indígenas de
Sarapiquí y de algunos detalles administrativos, sin mayor interés para este
“público meta” campesino.
Luego almorzaron,
como a las 2 de la tarde. Y sin esperar más nada; y aunque llovía
torrencialmente, todos los 23 se lanzaron a la piscina del centro
universitario. El frío amorataba sus
labios Pero esto no los desanimó. Después de todo, muchos de ellos
conocían una piscina, por primera vez.
Ahí pasaron más de 5 horas, compartiendo el gozo con la lluvia que caía,
generosa.
Cenaron a las
8:00 p.m., atún con pan cuadrado y una
bebida energética. Y luego se retiraron a los dormitorios improvisados, las
aulas. Este hecho se sumó a la
experiencia. Pues casi ninguno había salido más allá de las 8 hectáreas que mide Colonia-Puntarenas. Y menos aún,
habían dormido fuera de sus casas, aunque fuese en el suelo. En ese ambiente,
humilde, se contaron chistes e historias de miedo, hasta avanzada la noche.
Al día
siguiente, domingo, se sirvió el desayuno a las 7 de la mañana. Y de nuevo, a
la piscina. La lluvia caía, como el día anterior. No había otra cosa que hacer,
pues las autoridades del centro universitario de la UNA incumplieron la agenda
prometida, de ofrecerles a sus invitados charlas, visitas a un centro productivo y de realizar
un convivio con jóvenes del lugar.
El regreso a casa
estaba previsto para las 5 de la tarde, pero se adelantó tres horas. Ningún
funcionario universitario llegó a despedirnos. Nadie a quien darle las gracias. Como tampoco, nadie quiso
saber de estos muchachos upaleños, durante el tiempo que permanecieron en el
recinto.
Y aunque esta indiferencia universitaria no
provocó reacciones en los muchachos, aprendí que ellos carecen de parámetros
para comparar y exigir la atención a la cual tienen derecho. Me impresionó, no
lo niego, el alto grado de concreción de sus actos que los hace comportarse
como niños ante hechos inéditos, limitando sus posibilidades de trascender e
imaginar más allá del hábitat de
su refugio, sus aspiraciones y anhelos de futuro.
Me pregunté
también, lo complejo y violento que ha
de ser para un joven campesino enfrentar el reto de seguir estudios
universitarios. Pues mientras en la ciudad los estímulos de todo orden y
naturaleza están desparramados por todo lado y momento enriqueciendo
percepciones y aportando información, en
la zona rural sólo hay bosques, ahora desvastados, ríos, animales y
grandes extensiones sembradas de piña y arroz.. Y este conocimiento resulta
insuficiente para adaptarse a las exigencias socioculturales y económicas de la
vida universitaria.
Concluí
entonces, que el sistema educativo costarricense fue diseñado al revés. Le da
más a quienes todo lo tienen y le niega todo a quienes carecen de todo.
Y me pareció
que ya era momento de voltear la tortilla de las oportunidades cambiando los
parámetros de la estrategia retórica de la equidad, en democracia. A los
citadinos, quitarles un poquito, que ni se nota, para dárselo a los campesinos, a quienes ese
poquito les significa todo.
Al concluir
estos apuntes me pregunté (duda metódica cartesiana), si mis percepciones
y sentimientos no habrían sido
distorsionados por el efecto narcotizante
del aire acondicionado. Pues yo fui pasajero en esa buseta, ese largo fin de
semana del invierno septembrino del 2008.
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