EL ESCORPIÓN, DE 11 A 3
Luis Montoya Salas
Comunicólogo
Un 19 de diciembre de 1962 levantaron 5 libras de carne recién parida de una cama de hospital. Hembra. Producto pequeño.
Lloró. Lloró mucho, como nunca más lloraría. Como no lloró la muerte de su madre, a los 4 años. Y apenas si dejó caer cinco lágrimas a los 10 años en el Cementerio Obrero sobre el ataúd de su padre, minutos antes de depositarlo, en el fondo de la tierra.
Cuando murió su madre, la enviaron a un orfanato. Desde temprana edad fue sometida a estrictas reglas disciplinarias. Madrugaba todos los días; hacía fila para todo: para ingresar a la capilla; para almorzar y cenar; para bañarse; para recibir los regalos en Navidad; para entrar al inmenso dormitorio; para jugar; para ir a la escuela. Y hasta para meterse al mar, en las vacaciones anuales que todos los niños disfrutaban.
Este régimen le dejó escasas oportunidades para disfrutar, con alegría, de su niñez. Sus ojos adquirieron, gradualmente, una tristeza como la que hizo famoso a Charles Chaplin.
“A veces me recuerdo cuando carajilla (sic) en la Fortuna de San Carlos donde mis papás vivían con mis tíos, mis abuelos y un montón de primillos en una casita piso e´ tierra toda embarrialada”, me contó Evelyn, una de las tantas veces que compartimos tragos en el night club “El Escorpión”.
Aquel día, a la intensa melancolía de sus ojos se sumaban el rojo irregular de sus venillas oculares irritadas y algo como astillas de vidrio, efecto, quizás de los cruces de droga y alcohol.
Yo la observaba, con la pose inquisidora del profesor universitario, asombrándome de la capacidad de su memoria para trasladarse a un pasado de 28 años en una búsqueda desordenada, de respuestas a su presente devenir.
Evelyn subió a la tarima. Se escucharon las notas del piano de Clyderman deslizándose sobre la pista.
La hembra bailó de cara a los espejos, en contorsiones suaves, bien apuntaladas, hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados, hacia abajo, en círculo…
De cuando en vez, daba la cara al público y tiraba una prenda.
Cuando estuvo completamente desnuda, cayó de rodillas. Instintivamente, sus manos se posaron sobre los senos, como queriendo esconder su pecado. Desde sus entrañas y más adentro, lanzó un grito largo, profundo, como liberándose del dolor de cargar durante tantos años, cientos de misas, letanías, filas, horas eternas de silencio y privaciones atornilladas en sus hombros. Empezó a rezar el Santo Rosario: “Un misterio, por las damas benefactoras, para que sus gladiolas al pie del altar mayor no se marchiten. Otro misterio, de los dolorosos, por doña Hortensia, para que nos lleve a la playa…
Todos los presentes, petrificados. Al instante, el dueño del night club la cubrió con una cobija llena de huecos y se la llevó al camerino.
A los pocos minutos, Evelyn calmó la curiosidad de los clientes. Con un caminar de modelo de pasarela se acercó a mi mesa. Vestida de particular se veía arruinada: enjuta, el rostro arrugado, con una dentadura ennegrecida por el fumado y el abandono bucal.
Entre dientes, recitaba frases incoherentes, con pausas breves… Para ir a misa, fila. Para ir al cine, fila. Para ir al excusado, fila. Para recibir los regalos navideños, fila. Para comer, fila. Para comulgar, fila. Siempre la misma fila, de dos en dos, con tres ladrillos de distancia. ¡Mi vida es una fila de m……! ¿Verdá?
Con la palabra Verdá en sus labios, el colapso. Evelyn cayó. La seguridad del night club cerró el negocio y sacó a todos los clientes. Vino la ambulancia; y detrás, los periodistas.
“Hoy, en un night club de la capital, fue encontrada sin vida una mujer que respondía al nombre artístico de Evelyn. Según la policía, la prostituta habría muerto a las 3 de la madrugada, por una sobredosis de cocaína.”
Ernestina, verdadero nombre de Evelyn, dejó el orfanato a los 14 años para trabajarle de sirvienta a una benefactora de la institución. La única información que le dieron para enfrentar el mundo exterior fueron las misas, las letanías, los rosarios, los cánticos y los retiros espirituales.
Ernestina cumplió recientemente 50 años de su nacimiento y 15 de su muerte… Sólo alcanzó a vivir 35 años.
Escribo esta crónica, a la memoria de millones de mujeres que nacen y mueren, como Ernestina (¿o como Evelyn?) en el enigma de la orfandad que las lleva a la prostitución y al olvido, haciendo de sus vidas, apenas una estela, en la pista de algún night club del mundo globalizado. (analogonluis@yahoo.es)
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