Estafado con 20 mil colones.
Dr. Luis Montoya Salas
Comunicólogo-
Ese día viajaría de San José a Upala, en el bus de las 3:45 p.m. Esperaba sentado en la terminal cuando se me
acercó un hombre de unos 38 años de rostro rosado, afable, siempre sonriente, curtido por el sol. Su hablar era pausado y su timbre de voz, sincero.
Llevaba una camisa color salmón, que hacìa juego con su rostro. El pantalón, de
mezclilla. No cargaba ningún bulto, maletín, o cosa parecida. Tampoco tenía celular.
Este señor me cuenta que viajó a San José para recibir atención en el INS. Y como
no tiene licencia dejó guardado su carro en un estacionamiento, en San Carlos.
En un momento me hace una oferta extraña, pero razonable: me invita a
acompañarlo, “porque no me gusta viajar solo”.
Nunca supe su nombre, porque no
se lo pedí. Entra al bus, le regala unas uvas recién compradas al chófer, al
cobrador y a mí. Conversa con ambos. Yo asumo que es un pasajero frecuente y
conocido. Entró de primero al bus y se sentó al final. Yo tenía el número 14.
El viaje transcurre…
Al bajar del bus en Ciudad Quesada me hace señas para que lo acompañe. Me comenta que debe pasar al Banco Nacional a
retirar dinero. Yo lo sigo con la mirada. Entra al banco y se coloca en la
fila. Pasan los minutos y sale con un rostro desencajado por la preocupación.
En verdad transpira angustia. Se trata de una angustia, contagiosa, como si en verdad estuviera sufriendo intensamente.
Me enseña su cédula y me comenta que el
cajero no se la acepta pues su rostro
claro y fresco ya no existe . No le pueden dar ni un cinco. Son las 7:15 p.m. y
veo con algún dejo de no sé qué cómo se
aleja el bus hacia Upala.
Me pide el celular y llama a su papá, mirándome a los ojos para contarle que
no le dieron los 50 mil colones y no
sabe cómo pagar el arreglo del carro en el que debemos seguir nuestro viaje. El
señor con rostro campechano me pide que lo acompañe al supermercado contiguo
que está como a 25 pasos subiendo una empinada cuesta. Entra al supermercado y
habla con alguien para pedirle dinero. Yo lo espero.
Vuelve a llamar a su papá y éste le sugiere que me pida prestado a mí el
dinero para reembolsarme al llegar a
Upala. Sólo le doy 20 mil colones, pues empiezo a desconfiar de ese rostro
rosado y campechano. Ha transcurrido una hora. “Le pediré a otro amigo
los otros 30 mil colones”, me comenta. Ahora sí, ya no puedo esperar y le
pregunto su nombre. “Me llamo Jorge”
Jorge pone su mano en un pick up estacionado en un parqueo. Yo asumo que
es su vehículo. Me pide que lo espere cinco minutos junto al
pick up pues ya confirmó el préstamo de los otros los 30 mil colones.
Yo espero 10 minutos, 15 minutos y Jorge no llega. Entonces le pregunto a un
guarda por el tiquete y me dice que ahí no entregan tiquetes porque los
vehículos parqueados son de los mismos empleados de la terminal.
¡Me estafaron!, le digo al guarda. ¡Me
estafaron!.
El Jorge no se llama Jorge. El Jorge no tiene ningún vehículo, ni vive
en Upala, ni es hijo de nadie. Ni tiene cuenta en el Banco Nacional, ni llamó a
ningún papá, ni mamá. Mi celular no registra ninguna llamada.
La rabia me invade. Me paseo de un lado para otro, como si esto me ayudara a
compensar el estado en que me encuentro. Me acerco a los guardas para hacerles
preguntas incoherentes, como si vieron a
un señor así y asá, que a dónde se puede
presentar una denuncia por estafa, que para dónde pudo irse, que cómo es
posible que a estas edades esté cayendo yo, el Dr. Montoya, de idiota ingenuo.
Para entonces han dado las 9 de la noche y no me queda más remedio que buscar
un hotel y viajar al día siguiente, a Upala.
En la cama del hotel me revuelco. No puedo dormir. Repaso la cara del idiota
que me estafó y me miro en el espejo. Pero si yo soy, en verdad ese perfecto
idiota que se dejó estafar.
Empiezo entonces a justificarme. Pero si es que parecía en verdad un upaleño, con su vestimenta, su sonrisa de idiota, su
hablado, el descaro y frescura con la que me contó la historia, la familiaridad
con el chófer del bus, el ser hijo de un policía, el mencionarme algunos
lugares de Upala como Colonia, la urba, Bijagua… Pero sobre todo, su
tranquilidad, las falsas llamadas a su padre que no contesta y a su madre para
que le diga al padre que lo ha estado llamando….
Un acto digno del mejor actor, todo este rollo para rpbarme 20 mil colones…
Tantos años analizando rostros y el
más ingenuo de todos se burla de mí, en mis narices.
He analizado veintenas de rostros por
más de 20 años. Enseñé lectura de rostros en varias universidades. Y no pude
detectar en ese rostro bonachón el espíritu del mentiroso, del estafador.
Observo en las noticias la confusa situación mundial. Y a mí solo me preocupa
la estafa de que fui objeto, por causa de mi espíritu ingenuo.
Pasé varios días digiriendo esta experiencia. ¿Cómo identificar el
espíritu ingenuo en una lectura del rostro? El primero y más revelador indicador es la
configuración de los ojos con las cejas ligeramente arqueadas en forma de
acento circunflejo, dejando ver una mirada lánguida, perdida, lejana, a la
expectativa, de inseguridad, como si le hubieran inyectado huevecillos de
tristeza en los ojos.
¿Y los labios? Fuerte y eternamente apretados, como soldados el superior
con el inferior, impidiendo la completa y amplia apertura de la boca para
gritar, carcajearse y hablar con voz imponente. Tan sellados están, que cuando
sonríen producen una mueca, principalmente en sus comisuras.
Las razones me trascienden en el tiempo:
son destino y futuro hilvanadas para recordarme mi origen.
Creo que mi espíritu ingenuo se
fue construyendo de rosarios, letanías, evangelios los domingos y misas todos
los días a las 6 de la mañana; respeto a los mayores y a las demás personas,
sacrificio, obediencia, miedo al pecado por mentir, por gritar, por rechazar al
otro, por negarme a ayudarlo.
Las monjitas del Hospicio de Huérfanos me transmitieron sus propias experiencias
cargadas de meditaciones, de lecturas de santos, de retiros espirituales ajenas
a lo que me podría suceder cuando tuviera que salir a la calle desprotegido por aquellos muros de ladrillos color salmón.
Toda esta información
connotada de santidad no me serviría para enfrentar solo, muy solo, el mundo exterior,
el mundo normal de los robos, de las mentiras, de la supervivencia a codazos,
del mundo audaz, para los audaces, del mundo de la velocidad, del pensamiento
rápido, de la desconfianza como primera regla, de los aprovechados y
oportunistas, del mundo aterrizado de los problemas económicos, emocionales,
afectivos, de los pecados descaradamente a la vista. El mundo convulso,
despiadado del más fuerte y más listo…