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Campus Digital Mayo 2013
Libertad de expresión: la humanidad mutilada
Este deseo universal pareciera tautológico. El potencial humano para la expresión nace con el verbo y sus habilidades, destrezas, actitudes y aptitudes. Consecuentemente, debería ser un hecho fáctico, per se. Como es el acto que realizamos espontáneamente llamado comunicación: nadie puede impedirla. Puede el Poder reducirla, cercenarla, condicionarla, pero nunca acallarla. Salvo con la muerte.
Lo que sí no ha sido tan obvio es reivindicar otro derecho, que lo antecede: el libre albedrío. Y constituye un derecho porque solo podemos expresarnos en libertad, cuando somos plenamente conscientes de nuestro libre albedrío. Debemos saber qué es y cómo se ejerce. Para que esta condición sea percibida y evidenciada debemos contar con la información pertinente y oportuna. No obstante, esta información clasificada y codificada con la cual se toman las grandes decisiones económicas y políticas en el ámbito planetario circula, solamente, en los exclusivos centros del poder mundial. Para camuflarla e impedir la consciencia de su existencia, las empresas difusoras de noticias buscan ocuparnos en preocuparnos por consumir lo accesorio maquillado de concreción y enchufado al gran mercado de la evasión-distracción-entretenimiento. Estos tres componentes dominan el universo informativo de los medios, en sí mismos y alimentados por las noticias del espectáculo.
Ahora bien, desde los tempranos intercambios de mercancías en la ideología occidental, el capital reivindicó para sí el principio de la libre empresa y le impuso el sello de la libre expresión. Esto da como resultado, residuos de información que, en forma de noticias, alimentan la construcción de nuestra realidad. Y es a partir de ella que ejecutamos nuestra libertad de expresarnos y nos introduce, sin saberlo, en un círculo vicioso que de tanto rodar deviene en un círculo virtuoso. En breve, en el concepto occidental, la libre expresión solo existe en función de la libertad de empresa para imponer a voluntad su derecho a la información.
Ejercemos, entonces, una libre expresión distorsionada y circunscrita al ámbito restringido de lo socialmente posible: lo doméstico, dialógico, cercano, concreto, útil para fortalecer las relaciones sociales interpersonales de los núcleos primarios (el hogar, el centro educativo, el club o iglesia de pertenencia). De todos modos, este hábitat ya existía muchos siglos antes de insertarnos en él. Otros lo crearon para nosotros, tal y como Platón lo expuso con una claridad y actualidad excepcionales en el conocido “Mito de la caverna”. Creemos lo que queremos en el reducido universo de la cotidianidad. Y aunque nos develen y revelen nuestro reduccionismo, nuestra ignorancia nos impide, precisamente, comprender las complejas estructuras del poder, aun las referidas al poder local y doméstico. Con mucha mayor razón, aquellas que requieren un alto nivel de abstracción; y con ello, un lenguaje más elaborado, a la altura de los códigos especializados que le sirven de substrato. En estos altos niveles se toman las decisiones mundiales. Ellos sí, con pleno ejercicio del derecho a la libre expresión, pues cuentan con todos los elementos y componentes que la propician y definen.
He procurado subrayar que el anhelo por erigir la libre expresión como un derecho universal ha partido de un principio de equidad cognoscitiva, también universal. Y esto no es siempre y necesariamente cierto. Porque el planteamiento teórico de la libre expresión para un citadino, no tiene el mismo valor semántico que para un campesino upaleño. Sus circunstancias de vida son en extremo opuestas y diferentes, al igual que sus valores, necesidades, entorno y expectativas. Se explica entonces que este discurso solo sensibiliza a quienes pueden obtener beneficio de ello. Esto sin considerar otras circunstancias como la solución prioritaria a necesidades vitales antes de poder siquiera imaginar el beneficio que puedan obtener de este principio universal.
He priorizado esta orientación doméstica, pues ante la desvalorización ética de conceptos como el aquí planteado podría suceder, quizás, lo siguiente: aún y con el sorprendente desarrollo tecnológico universal, millones de seres humanos se encuentran en niveles mínimos de sobrevivencia. Desconocen todo sobre la tecnología y no creen necesitarla. No se trata de un desprecio por el modernismo, es un registro que no ingresa en sus mentalidades. Sin embargo, los integrantes de tales estratos más bajos de las sociedades podrían resultar favorecidos luego de la gigantesca implosión que sufrirá la Tierra por exceso de información y ausencia de energía para procesarla. Y esto se debe a la escasa pérdida de energía e información entre los marginados, pues ambas se expresan en función de necesidades primarias; en tanto que, a nivel planetario, la excesiva y extraordinaria abundancia de información circulante por los medios y recursos tecnológicos al servicio del Poder está contaminando la pureza y espontaneidad de la comunicación.
Al final de los tiempos, podría suceder que el futuro del planeta Tierra quede en manos de los desheredados, últimos en la escala evolutiva de las tecnologías de la información y la comunicación, tal y como testimonia la historia de las revoluciones.
(*) Doctor en ciencias de la expresión y la comunicación, Universidad de París XIII, Villetaneuse. Exdirector de la Escuela de Comunicación Colectiva, UCR y exmiembro del Consejo Universitario de la Universidad Nacional.
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