Upala ofrece al estadístico altos índices de miseria humana
Más de 120 bares se encuentran diseminados por la geografía upaleña, de 1.580 km² . En sus karaokes, algunas veces se escucha: “La distancia entre los dos es cada día más grande”. Es la primera estrofa de “La retirada”, bolero-ranchero del cantante mexicano Javier Solís (qdDg).
Upala dista 238 km de la capital. Es una tierra bendecida por abundantes lluvias que alimentan los caudales de más de 30 ríos, fertilizando tierras codiciadas por piñeros, ganaderos, yuqueros, frijoleros, madereros y sembradores de cítricos que desforestan sin miramientos ni misericordia sus tierras. Es el cantón 13 de la provincia de Alajuela y fue creado el 17 de marzo de 1970.
A las 4:00 a. m. sale el primer bus hacia San José y su recorrido tarda más de 4 horas. A esa hora, solo escucho el murmullo del río Chimurria y mi propio jadeo subiendo la cuesta que se vuelve más resbaladiza con las constantes lluvias, pues los 300 metros que me separan de la carretera nacional hacia San Carlos fueron destruidos meses atrás, para enterrar la tubería del acueducto.
Hace apenas 5 años, a la misma hora cantaban los gallos; y en los hogares se preparaba la comida de los trabajadores que se dirigían al campo. Hoy, la mano de obra escasea y gran parte de la gente debe buscar cualquier trabajito para sobrevivir.
Las diferencias (en el imaginario colectivo) ciudad- zona rural se han acrecentado, con la complicidad de los telenoticiarios, principalmente. Baste con oír los comentarios acerca del estado del tiempo: “Esperamos pronto los días soleados en el Valle Central para guardar los paraguas”. Todo pasa como si Costa Rica solo fuera el Valle Central. Ahí acontece todo. Y en las zonas rurales marginales, sólo las malas noticias.
Y cuando los periodistas miden huecos en las calles josefinas y denuncian alcantarillas taqueadas de basura, comparo esas minucias con el estado intransitable en que se encuentran los 45 km de la carretera nacional Upala-Caño Negro debidamente pavimentada, según la publicidad de algunas agencias turísticas.
En medio de la indiferencia generalizada que provoca la Upala, distante y olvidada, una voz reconoce las implicaciones de tal desinterés: “La coincidencia entre las bajas promociones en el bachillerato y la geografía más castigada por la pobreza es absoluta” (Editorial de La Nación del 20/10/2010).Y agrega: “Las desigualdades económicas entre el Valle Central y regiones como Limón, Aguirre y Upala son profundas y responden a razones incubadas a lo largo de nuestra historia. La persistencia de iniquidades educativas es una fórmula segura para perpetuarlas”.
En Náhuatl, Upala significa "casa grande cerca de río”, “casas alrededor de los ríos” y “sobre el río de hule”. (Wikipedia). Y en hindú se traduce por “piedra preciosa”.
Por encima de las definiciones, gravita una realidad innegable: Upala ofrece al estadístico altos índices de miseria humana: niñas contagiadas de sida y madres solteras preñadas antes de sus 15 años; ausencia de compromiso institucional por parte de las más necesarias en esta zona, como la Municipalidad, el IDA, el PANI, el MEP, y niveles subterráneos de corrupción con tráfico de influencias, difíciles, si no imposibles de demostrar; altos niveles de explotación de la mano de obra ignorante y ausentismo laboral causado por el alcoholismo; caminos que, de abandonados, retrocedieron a los tiempos de las carretas, con el consiguiente destrozo vehicular.
Cuando me preguntan qué estoy haciendo en este rincón perdido en medio de la nada, miro en retrospectiva mis años de citadino, con comodidades y servicios a un dedo de distancia. Y casi sin percatarme, percibo apenas y aprendo, cuánto duele la pobreza: ¿cómo sobreviven, mis hermanos upaleños, con guineas, tubérculos y frijoles, cuando la lluvia no los pudre? Y en la mirada inocente y vacía de esperanzas de 19 niños de la escuela uni-docente Sector Barrantes, que llegan a estudiar con el barro hasta la pantorrilla, el dolor del ¿por qué? se agudiza cuando comparo su ignorancia y marginación con los brutales cambios mundiales que están sucediendo allende su comunidad, de 13 casitas.
Esta es Upala, en la otra frontera. Un rincón paradisíaco, que pierde su belleza escénica por la rapiña de la desforestación; y el candor, por la delincuencia exportada de la capital, gracias a políticas que trasladan la miseria urbano-marginal josefina hacia zonas rurales, como esta “preciosa joya”.