jueves, 5 de enero de 2017

YO VIVÍ EL HURACÁN OTTO.


Primer huracán en Costa Rica



    YO VIVÍ EL HURACÁN OTTO.
Dr. Luis Montoya Salas, comunicólogo

A 25 metros del río Chimurria y a 12 kilómetros del centro de Upala. Ahí vivo yo. En una casa rústica, de madera.

Durante 10 días, desde el miércoles 16 de noviembre  de 2016  ha llovido intensamente, con escasas horas de sol.  En idéntico número de días,  previos al desastre acaecido en Upala,  los telenoticiarios saturan  a todo el país con los pormenores climáticos del frente frío estacionado a 500 kms de Limón. Y le seguimos la ruta a Otto. Y ante nuestros ojos que se acostumbran, gradualmente,  Otto se transforma de depresión a tormenta y de tormenta a huracán, por un asunto de velocidad: kilómetros más, kilómetros menos.  

Un huracán anunciado como destructivo al que nadie teme, en Upala.

 Y así, en la TV,  la metamorfosis de Otto se percibe  tan natural, tan sencilla, que le perdemos el miedo al huracán. Así de simple.

21 de noviembre de 2016.  La Nación titula: “CNE declara alerta amarilla para todo el país. El  jefe de pronósticos del Instituto Meteorológico Nacional (IMN), Werner Stolz, pronostica que Otto será huracán el próximo miércoles  24 a la 1 p. m. y tocará tierra, cerca de Bluefields, en el caribe nicaragüense, el jueves a la 1 p. m.”

24 de noviembre  de 2016. 2:00 p.m.  El ingreso del huracán Otto a tierra se adelantó.  Para esta hora ya sabemos que lo hará por Costa Rica.

La noticia más extraordinaria del año  fue  ignorada y subestimada….

Mientras protejo las ventanas; pongo a resguardo  los objetos de valor  que previamente había envuelto en plástico y  guardo en una maleta de viaje los documentos valiosos  y alguna ropa escucho una larga e intensa discusión entre los periodistas de Telenoticias,  Greyvin Moya  e Ignacio Santos  con el alcalde de Upala, Juan Acevedo y éste último, a su vez,  con el presidente de la Comisión Nacional de “Emergencias”. Faltan algunos minutos, quizás unos 30 para que Otto ingrese con toda su fuerza por  Isla Calero…
Será, de hecho, la última transmisión sobre el huracán  que podremos escuchar aquí, en UPala. Paradójicamente,  en el momento crucial de lo que sería una gran noticia, todos los canales transmiten  telenovelas. Canal 13 transmite una revista musical. 

Sin adjetivos suficientes para describir la vivencia del efecto de Otto.

A las 4:30 p.m. cerré las puertas de la casa;  y con una de mis hijas subí unos 100 metros  a  refugiarme en otra casa, la de una vecina. Vivir cerca del río Chimurria en una casa de madera  rodeada de árboles de gran altura significaba un riesgo latente.
Ya para esa hora, la lluvia ha empezado a arreciar, al igual que los vientos. La energía eléctrica se cortó. Así como los celulares. La luz natural también desapareció, en un instante. Afuera reina una oscuridad nunca antes percibida. Conversaciones rutinarias, adentro. 
Afuera, el tiempo se achica para darle todo el espacio a los vientos que, con  latigazos de sonidos sibilantes, asmáticos,  golpean árboles y paredes de las casas. Serían las 7 de la noche. O tal vez las 9.  El huracán sigue buscando cumbreras frágiles, agujeros y rendijas por donde colarse, como queriendo llevarnos con él. Aterraba escucharlo golpear la casa por el frente, coletear por un costado, insistir por detrás, en la dirección de las manecillas del reloj, pero al revés, ¿“reversando” el tiempo, acaso?
En medio de la parálisis que todos sentíamos esperando lo peor atiné a grabar el sonido del exterior. Les juro que escuchaba algo así como voces hilarantes ininteligibles, gritos de angustia, súplicas dolorosas intraducibles de tonos  finos unos y roncos otros;  cortantes unos, extensos otros;  penetrantes, escalofriantes, todos. Estaba, sin ninguna duda, ante percepciones inéditas, aprisionado en sentimientos introvertidos de angustia y pánico matizados con alguna curiosidad.  Los adjetivos no me alcanzan para describir esa sensación que empezó con un vacío directamente en el estómago; luego, segundos de un silencio absoluto y profundo, en el exterior. Y después, nuevos  latigazos intercalados con notas de silencio;  y así, durante unas horas. Al amainar la furia del huracán, cerca de las 10 p.m. todos en aquella casa escuchamos un estruendo sostenido tan cercano que sentíamos como si estuviera por revolcarnos. De cuando en vez, el llanto de un perro, alejándose… Comentábamos si no sería el torrente de agua del río Chimurria Y al día siguiente lo constatamos.

El temor de encontrarnos con lo peor.    

Pudimos dormir unas tres horas. Y aunque me desperté a las 5:00 a.m. tenía miedo de bajar hasta la casa y encontrarla en el suelo, destechada, o aplastada por algún árbol.  Le dije a mi hija que yo  iría primero. Y dependiendo de lo que encontrara,  ambos bajaríamos, o veríamos qué hacer.  Dichosamente, la casa estaba en pie, intacta. Y sí, el río Chimurria había abandonado su cauce normal en unos 5 metros, pero sin provocar daños.  Estaba embravecido, molesto, había cambiado sus aguas transparentes por otras turbias y bien revueltas.     

¿Desvió Otto su trayectoria,  en algún momento de la noche?  

El primer  huracán  que azota a Costa Rica rozó apenas  Colonia Putarenas.  Es de presumir que en algún momento de la noche Otto desviaría su trayectoria como buscando el centro del Cantón 13 de Alajuela;  pues  en la ruta entre Colonia y Upala aparecían árboles frondosos arrancados de raíz y otros lanzados encima del puente de entrada a Upala, or vientos de hasta 170 kms por hora, según supe después, por un detallado informa del Meteorológico. Y un idéntico panorama  mostró la ruta entre Upala y Bijagua, donde  los daños mayores afectaron los terrenos  más que las viviendas, si comparamos los cenros de población de ambos distritos.  
También, en Jazmines y Los Tijos, colindantes con Colonia Puntarenas Otto hizo estragos arrancando árboles, destechando casas y tumbando postes del alumbrado eléctrico.

Otto borró las marcadas diferencias sociales en Upala.

Desde el servicio satelital de Google se observa  el cauce del río Zapote que  nace en las faldas del Volcán Miravalles.  Desciende serpenteando el suroeste de  Upala y bordea la parte sur del centro upaleño de población. Toda esta zona es la más vulnerable. Luego sigue su camino pasando por San Judas y San Antonio de Yolillal.   
Sobresale, entre los nombres registrados por  Google en su mapa satelital el de “Residencial Ricos y Famosos”;  si bien, su nombre verdadero es “Residencial Miravalles”.
En el centro de Upala, la huella de Otto quiso que el lodo, los escombros y el agua llegaran casi hasta la cúpula del kiosco  inundando  las calles. Las casas de las urbas El Real, don Chu, las residencias de personas acomodadas, algunas instituciones,  el mercado, los principales comercios colindantes con el río, el 75% de las construcciones,  fueron marcados por la misma línea, a un metro de altura. Señal  inequívoca que por ahí pasó la  “cabeza de agua”, en  un área aproximada de 20 a 25 cuadras.  
Quienes fueron anegados por el lodo y la hediondez,  también lo fueron por la desolación y el dolor; quienes sintieron  rabia, también vivieron la impotencia, la tristeza, el miedo, el coraje y la ira.     

¿Y si yo hubiera sido golpeado, de igual manera, por Otto?

Hace unos doce años tuve la oportunidad de vivir en Upala, pues me ofrecieron una plaza a tiempo completo para enseñar francés en el Colegio Técnico Profesional. Por prejuicios y desconocimiento sobre  este lugar no acepté.  De otro modo, acaso  ¿no estaría en la lista de los damnificados?
Conversé con una persona cercana que vivió en sus carnes los estragos del  huracán. Y esto me narró:  “Bueno, los techos retumbaban  y las ramas de los árboles se quebraban por el viento tan fuerte;. Fue más viento que lluvia. Después de una suave brisa, un silencio muy raro, como si todo hubiera pasado.  Fueron como  20 minutos, yo  estaba en mi cuarto cuando empezó a entrar el agua y lo llenó en cuestión de 10-15  minutos. Entonces subí a la segunda planta y en medio de la oscurana escuchaba muchos gritos desesperados de mujeres y niños pidiendo ayuda; los perros no paraban de aullar. Era muy estresante todo eso, porque nadie podía hacer nada. La inundación tardó como tres horas en descender. Durante toda la noche y la madrugada sentí pánico, de verdad porque no sabía qué podía pasar. Y angustia,  de sentirme prisionera de la oscuridad, sin poder moverme ni saber nada de mi familia”. 

Cuando amaneció y salimos de las casas….

“Al día siguiente, al ver aquella desolación lloré, me dolió tanto ver todo aquel desastre, no pude
aguantar.  Y a como pasaban los días me entraba el coraje, la ira por lo que uno escuchaba y veía, cómo los que tienen apellido no sufrieron o no tanto como todos los demás. Parecía que ya estaban avisados. Y este asunto de la represa todavía sigue molestando. Todavía no nos han dicho toda la verdad. Eso es lo que creemos los del pueblo. Nos sentimos solos, a nadie le importa. Y esto da mucha cólera y decepción al saber que Upala es un pueblo de apellidos que no quieren que avance. Podemos tolerar, por ejemplo que se roben la plata, que no haya trabajo, las argollitas. Lo que nos produce muchísima rabia es que esas autoridades mayores, de la Muni,  hayan permitido que esto ocurriera y que no hicieran nada antes, durante y después del huracán. Tenemos también mucho miedo, porque en Upala sigue lloviendo. El miedo es porque sabemos que nadie de los de arriba hará nada. Estamos solos, quedamos como huérfanos, librados a nuestra suerte. Y esto duele, duele de verdad”.